lunes, 21 de septiembre de 2015

Bajo el paraguas de Boyero se vivía mejor

Cuidado con decir 3 veces Carlos Boyero delante de un espejo
No hay nada que me moleste más que un crítico poniéndose poético y trascendental. Un tipo que se dedica semanalmente a vomitar sobre las películas, un trabajo que consiste en escribir de manera sistemática sobre la terrible cartelera de estrenos de este país no da para esos excesos. Yo considero que en la escritura debe haber una adecuación: que lo lírico debe surgir ante todo del objeto que describe el escritor, antes que del talento del mismo. Que el talento influye, pero recrearse de manera artificiosa en la propia escritura a mi me deja la sensación de cristal manoseado o preservativo usado y abandonado en una esquina. En España, con la crítica que tenemos, esto es muy habitual. No solo ya en el manido ejemplo de coger cualquier blockbuster de medio pelo y decir que es el postmetadiscursodefinitivosobreelzeitgeistcontemporáneodenuestrotiempoydelsiguientetrasel11-S, sino que en muchos ámbitos se han impuesto los conceptos obtusos para hablar de cine, apelando a ideas elevadas sobre la estética, lo social o lo psicológico, tanto que la escritura de cine ha perdido una relación directa con el objeto. Al lector apenas se le explica lo que se ve en la pantalla ni la manera en la que el director trabaja, sino que se hacen interpretaciones cada vez más retorcidas sobre eso que los cronistas han visto, pero jamás enuncian. Y tras todo esto, encima hay que embellecerlo con un par de figuras retóricas o frases afortunadas, para demostrar que lo que leemos es literatura de altura.

Piensen que esto lo ha hecho hasta Boyero, el crítico más zafio y barriobajero que ha dado este país. Un tipo con fama de escribir con los huevos y para la gente común despachó esta mierda que ya fue tratada en este blog en su momento. Pero estos achaques de gran poeta no son muy habituales, y hay que reconocerle que rara vez se escapa de su vomitivo tono habitual. Y ahora que el pobre está en franca retirada, dando sus últimos palos en el mundo del periodismo y asumidamente transformado en bufón de El País (bufón para una sarta de supuestos modernillos que son tan infames como él) no vamos a buscarle las cosquillas. Hasta se agradece la franqueza que tiene en ocasiones, como en esta última crónica sobre el último film de Álex de la Iglesia, en la que tras un inicio poco prometedor, versando las cualidades (¿?) de este director, ataca el nuevo film sin misericordia. Y lo que dice, siendo tan básico y poco elaborado como lo que se espera de un personaje así, tiene bastante sentido. Mucho mejor que la patente de corso que recibe este director cada vez que estrena película, otorgada únicamente por su capacidad de hacer amigos y su pose de persona moderna, abierta y amigable (interactúa en twitter y todo, flipa).

La existencia de Boyero en el panorama crítico español ha permitido que, bajo su escudo protector que tapaba todos los escupitajos, fueran creciendo una serie de críticos que, desde otro estilo, continuaran la labor de desinformación y banalización del cine a la que tantos años dedicó el crítico estrella. Escritores de cine (por decir algo) que en algunas ocasiones eran bien considerados y ejemplos a seguir. Ya no digo en la misma casa, con Belinchón, Toni García Ramón o el cada vez más decadente y autoparódico Jordi Costa. Estos críticos han llevado a El País hacia donde querían sus editores: hacia un escalofriante paraíso neoliberal donde priman más las listas de series y los comentarios afortunados de 140 caracteres sobre las películas.

Pero nadie representa mejor esta tendencia de crítico con ínfulas líricas y protegido por su supuesto buen gusto frente al ogro Boyero que su sustituto en El Mundo, Luis Martínez. Este periodista, ya criticado en varias ocasiones en este espacio, ha disfrutado del reconocimiento de muchos lectores y compañeros debido a su defensa de películas áridas y difíciles, esas que Boyero despachaba con tres eructos, si es que se dignaba a hablar de ellas. Pero el estilo de este columnista de El Mundo me provoca tanto rechazo como el propio crítico estrella. Una retahíla de adjetivos superlativos y de frases hechas para elevar a películas a la quintaesencia de la civilización occidental, frasecillas además intercambiables sin que digan absolutamente nada específico sobre el film en cuestión. Ya he comentado en alguna ocasión esa tendencia suya, como esta crítica de Twelve Years a Slave o esta otra de The Wolf of Wall Street. Bueno, siempre es mejor hablar bien de una película que hacerlo a tortazos, pero no quita que el estilo y la postura dejen mucho que desear.

En esta foto, director, guionista y actor de la secuela del Drácula de Enrique Cerezo Dario Argento
Vean su crónica de Mi gran noche y comparen con el anterior texto de Boyero. Nada más empezar Martínez ya nos vende la moto de que la película refleja un «estado de ánimo» y después utiliza conceptos como «brillante intuición» o «metáfora perfecta de en lo que nos hemos convertido». Luego ya le da unos buenos palos a la película, aunque cierra su comentario con alabanzas a... ¡¡Raphael!! «Es villano, brutalmente autoparódico y muy Raphael. O, mejor, más Raphael que nunca a fuerza de interpretar lo contrario a sí mismo. No sé si me explico. El director, aquí sí, hace valer la primera idea, la buena, y arranca al respetable las mejores carcajadas. Es así». Eso de decir una cosa y luego justamente la contraria y terminar con un «no sé si me explico» es una de las marcas de la casa de Martínez, como apelando a algo demasiado complejo que el lenguaje no puede llegar a manifestar. Pues no, Luis, no te explicas. Y tampoco creo que tengas intención de hacerlo.

Nunca ha tenido esa intención, porque su estilo es la confusión y las frases grandilocuentes e impactantes. Miren lo que dice de Truman, de Cesc Gay: «La película cuenta la historia de un hombre que muere. Un cáncer es el responsable. Justo en el momento en el que recibe la noticia, su único propósito no será otro que aguantar en pie lo que queda. Despedirse de quien debe hacerlo y dejar a 'Truman', su perro, de la mejor manera posible. No hay más. Ricardo Darín es el que se despide y Javier Cámara, el amigo que acude a recoger lo que queda cuando ya apenas queda nada». ¿En serio alguien puede soportar ese tonillo afectado, hablando eufemísticamente de la muerte y la ausencia? ¿Cómo se puede escribir ese «recoger lo que queda cuando ya no queda nada» sin sentir, aunque sea, un poquillo de vergüenza? Se trata, bajo mi punto de vista, de tapar la falta de argumentos con toneladas de retórica, un ejercicio medieval de literatura barata. Fíjense que todos, absolutamente todos los párrafos del texto terminan con una frase impactante y rotunda, como cerrando un círculo o añadiendo una moraleja propia del autor. A veces cosas tan infantiles y sonrojantes, tan propios de un fan quinceañero de Pablo Iglesias como «Importa el dolor punzante del mordisco, no el ruido del ladrido».

En ese mismo texto se cuela alguna mentira, o equivocación, o desinformación... o como quieran llamarlo: «La primera significa el regreso sorprendente de un director tras sólo cuatro años después de su último trabajo, 'The deep blue sea', también presentado en San Sebastián. La sorpresa es que esta vez el cineasta no ha dejado correr una década entera como en él era casi regla». Nunca, jamás, Terence Davies ha hecho dos películas con una década diferencia. El mayor tiempo que ha estado sin hacer una película han sido ocho años, entre The House of Mirth (2000) y Of Time and the City (2008). De hecho, esos «sólo cuatro años» es la distancia habitual entre película y película en la filmografía de Davies. Normalmente los cronistas atribuyen la mala calidad de su información a que los malvados editores cada vez reducen más el espacio de la información cultural y les obligan a realizar un trabajo precario. Aceptando esto, ¿a qué viene toda esa información innecesaria sobre el film que, además, es falsa? 

Martínez es pura escuela El Mundo. Lenguaje impactante y publicitario para atraer al lector inocente y despistado. Una vez le dije que quedaba muy bien al lado de Federico Jiménez Losantos y Salvador Sostres, algo que parece que le molestó (comentarios del último link), pero con el paso del tiempo me reafirmo más en mi opinión. Quizás no alcance la zafiedad de esos dos abortos periodísticos, pero la tendencia es la misma. A Sostres ya le dieron la patada, en un gesto que hay que agradecer al nuevo director de El Mundo, David Jiménez. Pero fue solo eso, un gesto, ya que mantuvo al resto de vividores que tienen montado su corralito en el periódico a base de mentir sistemáticamente, entre ellos el antiguo director, el insufrible Casimiro García-Mediocrillo, que escribe unas columnas -creo que semanales- otorgándose una autoridad moral de la que carece por completo, tras demostrarse sus continuas y humillantes mentiras para vender periódicos a costa de las miles de víctimas del atentado del once de marzo de 2004.

No meto a Martínez en este grupo porque él tampoco ha llegado tan lejos. Tampoco es que la información cinematográfica se preste a ello, es difícil molestar cuando uno habla desde la posición de Martínez, donde todo es una política de besos y abrazos hacia las películas, y comentarios crípticos que solo entiende él. «No sé si me explico». No quita que Martínez pertenezca de pleno derecho a la escuela El Mundo, ese periódico supuestamente liberal adscrito a algo que ya deberíamos llamar -paródicamente para nosotros, orgullosamente para ellos- El Transicionismo, ideología plenamente española consistente en olvidar los mayores crímenes de un día para otro en favor de una convivencia impostada, donde los verdugos andan libres y felices por la calle y las víctimas se tienen que callar y sufrir en casa. La idea de base es que todos, víctimas y verdugos, vencidos y vencedores (famosa apropiación franquista para una película de Hollywood que decía todo lo contrario), habían sido víctimas del franquismo, obligados a sobrevivir a unos tiempos muy difíciles. El transicionismo se nutre de dos tipos de personas: aquellos franquistas redomados que aprovecharon la circunstancia para seguir en el mismo sitio sin que nadie les pidiese cuentas y asimilar un discurso «democrático» basado en la defensa de la Constitución (contra la que lucharon desesperadamente) y de la libertad (que maltrataron durante años; y otros individuos que gracias a La Transición (así en mayúsculas) treparon hasta las altas esferas y viven únicamente de la explotación de esa nostalgia (Fernando Ónega sería el caso más conocido).

Los padres de la Constitución ordenados de más a menos demócratas. Españolísticamente hablando.
Esto puede parecer demasiado fuerte para Luis Martínez, pero atención a este artículo que escribió la semana pasada y fíjense lo bien que se adapta a la infame Cultura de la Transición. El texto hace referencia a una película que se ha hecho sobre la vida de Dalton Trumbo, el guionista de Exodus de Otto Preminger y director de la violenta y terminal Johnny Got His Gun. Presumiblemente el típico biopic cobarde y a destiempo que hace Hollywood para darse un homenaje. Trumbo fue uno de los célebres diez de Hollywood que fueron condenados por el Comité de Actividades Antiamericanas a un año de cárcel por introducir ideas subversivas en las películas en las que participaba. Dejemos que Martínez nos cuente algo más: «La historia es conocida. En 1947, en marzo para más precisión, la historia del cine vivió su más traumática amputación. La Comisión de Actividades Antiamericanas (HUAC) inició su celebérrima Caza de Brujas en perfecta sintonía con el furor anticomunista desarrollado por el FBI de Hoover. La HUAC acababa de un plumazo con la generación más iluminada de Hollywood. Nombres como Robert Rossen, Edward Dmytryk, John Huston, Jules Dassin, Elia Kazan (el gran arrepentido) o el mentado Dalton Trumbo vieron como su intento de dotar de, digamos, conciencia social a la mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad se quedaba en fallido». Es reseñable la pobrísima lección de historia, esos datos ligeros puestos dando apariencia de ser un experto. Ese «en marzo para más precisión» que no refleja nada en concreto. Y ese dramático «la historia del cine vivió su más traumática amputación», cosa bastante etnocéntrica y cuestionable, aunque es cierto que fue el detonante del fin de Hollywood, de que los productores dejasen menos espacio a la libertad del director y controlasen más el producto, además de bloquear la trayectoria de muchos grandes talentos, no necesariamente los que dice Martínez y no tampoco por esas razones. Porque Martínez hace una mezcla de nombres, donde hay espacio para todos, desde los condenados a prisión (Trumbo), a los que sufrieron eso y finalmente se rindieron ante el HUAC (Dmytryk) a otros que delataron para no poder su posición de poder (Kazan). Esa enumeración tan pobre tiende a igualar el drama de unos y otros. Para Martínez todos fueron víctimas porque vieron fracasar «su intento de dotar de, digamos, conciencia social a la mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad», declaración que da mucho juego, tanto lo de que no había conciencia social en Hollywood (vean Intolerance de Griffith, The Crowd de Vidor, Chaplin en general, las películas obreras de Ford y un larguísimo y casi infinito etcétera) como por el grandilocuente «mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad», fórmula inequívocamente pedrojotesca.

Más adelante, sí especifica algo, pero tampoco queda muy claro si esos que citan eran miembros de los famosos diez de Hollywood ni cuál era el grado de amenaza que tenían: «De nada sirvieron actos como la marcha a Washington del Comité por la Primera Enmienda el 27 de octubre de 1947, con Bogart a la cabeza. Los que no huyeron (Dassin, Rossen o Chaplin) optaron por el arrepentimiento (Dmytryk) o, peor, la denuncia (Sterling Hayden, Elia Kazan, Budd Schulberg o Martin Berkeley, que delató a 162 compañeros)». Entre esos nombres, algunos nunca formaron parte de las listas negras, unos denunciaron por miedo y otros por salvar sus fortunas, unos vivieron arrepentidos y humillados por aceptar declarar para el HUAC y otros nunca reconocieron que su acto había sido vil. Pero todos entran en el mismo saco. Especialmente cuestionable es la continua inclusión de Kazan como víctima, cuando el director de ascendencia griega nunca fue incluído de facto en las listas negras y siempre consideró su confesión ante el HUAC como la menos dolorosa de dos dramáticas opciones. Años después realizó On the Waterfront, donde se ponía a sí mismo como la víctima y su confesión como un acto heroico para acabar con una organización criminal. Kazan, que era un magnífico director (bajo mi punto de vista tiene al menos tres películas memorables: East of Eden, Wild River y Splendor in the Grass) no creo que merezca ser incluído en esta lista de nombres, tratando lo que se trata en el artículo. Podemos decir que Martínez no tiene tiempo ni espacio para explicar bien todo esto, pero ya vimos antes en qué necedades gasta muchas veces el poco espacio que tiene. 

Tiene espacio para escribir cosas más o menos falsas como esta: «Entre 1947 y 1960, fecha en la que volvió para firmar con su nombre el guión de Exodus de Otto Preminger, sus trabajos de doble crecieron. Y cómo. Hollywood se había quedado sin quien le escribiera». Comentario efectista made in El Mundo. Hollywood no se había quedado sin quién le escribiera. Los mejores guionistas de la historia del cine americano son de esa época, por no hablar de que muchos escritores reconocidos participaron en guiones por aquellos años. Con Trumbo ocurrieron varias cosas: la primera que era muy bueno, la segunda que trabajaba rápido (hecho que sí recoge Martínez en su crónica) y la tercera que salía barato. Aparte de eso, tanto Preminger en el caso de Exodus como Kirk Douglas en el de Spartacus (sus dos guiones de regreso de pleno derecho a Hollywood), quisieron reconocer su labor arriesgándose a poner el nombre de Trumbo e ir en contra de la omertá de la época.

Lo que me sorprende del artículo no es que no sea exhaustivo ni explique con pelos y señales todo el proceso de censura y ataque hacia la libertad de expresión en el Hollywood de mediados de siglo (tampoco es el lugar, puesto que es la crónica de una película que, a su vez, seguro que plantea también muchos errores y omisiones). Lo que me sorprende son los errores de bulto y de apreciación fácilmente evitables, pero da la sensación de que se ha querido jugar las dos cartas: la de experto en la materia y la de comentario ligero no muy sesudo. No había que pedir ni una cosa ni la otra, sino ser lo más claro posible. Lo que queda es una oda al transicionismo, a que en el fondo da igual quienes fueron víctimas y quienes verdugos, lo importante es el drama de fondo, ese fracasado «intento de dotar de, digamos, conciencia social a la mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad», de la misma forma que el drama de España fue el Franquismo, sin ahondar en quienes fueron los responsables del mismo.

David Jiménez, mesías del nuevo periodismo
Este transicionismo es también la continua fuga hacia adelante, sin mirar atrás, propia del mundo neoliberal en el que vivimos. Ideología esta muy afín también a El Mundo, que ha convertido la información en un producto vendible. Pionero en destilación de noticias basura, en dar espacio a lo más morboso y a los sujetos más despreciables de la sociedad española, desde Emilio Suárez Trashorras y Rafá Zouhier hasta toda esta bazofia catódica que ha surgido en la última década. La máxima de El Mundo es la famosa «no dejes que la realidad te estropee una buena noticia». Y convertirlo todo en un muy bien empaquetado producto vendible. En esta dinámica, a la que se ha lanzado también desesperadamente El País con la creación de suplementos basura (Verne, Icon, Tentaciones y otros bodrios semejantes), también se encuentra Luis Martínez que, desde hace un tiempo, realiza para la televisión digital de El Mundo, unos videos humorísticos sobre los estrenos de la semana en donde discute... consigo mismo. La fórmula es tan cutre, tan manida y sus intentos por resultar gracioso resultan tan obvios que provoca la carcajada involuntaria. Vean este sobre Ted 2 donde la propia crítica a la película se convierte prodigiosamente en una crítica hacia la propia postura de Martínez y el formato mismo del video. Involuntario o no, es prodigioso cómo sirve de vehículo de autohumillación personal. Y es admirable cómo el cronista de El Mundo es capaz de desdoblarse en dos críticos malísimos. Una pena que sea tan difícil de encontrar la lista completa de videos en la caótica web de El Mundo TV.

Ante todos estos conflictos de personalidad, no me extraña que Luis Martínez se contradiga tanto en sus textos y que pregunte machaconamente a un lector figurado si se ha explicado bien. Pero tranquilo, Luis, mientras siga existiendo Boyero y sigas diciendo esas banalidades (positivas) sobre determinado cine, nadie te va a molestar.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Débil, tonto y viejo


Mecenas de las artes llegando a San Sebastián
España es un país poseído por la psicopatía, dominado por los sentimientos extremos y el guerracivilismo a todos los niveles (desde lo más íntimo a lo más público). Podemos echarle la culpa a Franco, a Alfonso XII, a Felipe V o a los primeros pobladores de la península, momento este último en el que se fundó la gran nación española para algunos reputados expertos en la materia. Somos además un país donde se venera la ignorancia y se considera a esta un valor, como si el analfabetismo otorgase una suerte de inocencia frente a esos intelectuales malvados que quieren controlar nuestras mentes. El festival de San Sebastián sirve como fiel reflejo de todo esto: un lugar donde se mezclan en pocos días toda una serie de sentimientos antagónicos e incompatibles, y la gente va saltando de uno a otro como si no pasara nada. Hoy cine español y todos patriotas frente al gran invasor yanki. Mañana cine americano y cine de verdad, narraciones admirables y gran producción frente a la cutrez patria. Otro día una película de un país raro y todos cosmopolitas. Un festival que además tiene que lidiar con sentimientos antagónicos. Plataforma del cine español en un lugar donde el independentismo está muy afianzado y donde hasta hace dos telediarios gobernaba Bildu. Festival que pretende al mismo tiempo poner cine de autor exigente y alfombras rojas para atraer a lo más frívolo y despreciable de los medios de comunicación. De toda esta mezcla desquiciada lo que sobresale como fuerza dominante es el negocio puro y duro, el tipo que viene a sacarle fotos a las (pocas) estrellas de turno que vienen al festival jamás se meterá a ver una película de Nuevos directores (perdón Nuev@s Director@s), pero el periodista -supuestamente- cultural siempre deja algún comentario sonrojantemente frívolo e idiota, como Belategui, aunque su catalogación como periodista cultural ya no tiene mucho sentido.

En este festival de extremos se dan encuentros realmente graciosos. Uno ocurrió ayer, cuando se entregaba el cada vez menos prestigioso Premio Nacional de Cinematografía, un galardón que han recibido Alex de la Iglesia, Maribel Verdú, Juan Antonio Bayona o Enrique González Macho, pero no Víctor Erice, Francisco Regueiro o Pere Portabella, espero que, en el caso de estos últimos, porque lo han rechazado en varias ocasiones para no ensuciar sus nombres. Este año le ha tocado a Fernando Trueba, el pizpireto bizco ganador de un Óscar y representante desde hace muchos años de lo más rancio y anquilosado del cine español, dejando a otros supuestos nostálgicos como José Luís Garci o Antonio Giménez-Rico casi como aguerridos cineastas de la nouvelle vague. Mientras que con Garci nunca ha habido la más mínima contemplación para atacarle, Trueba ha sido un hombre respetado por los medios, a pesar de no hacer más que despachar bodrios en las últimas décadas. Ni a favor ni en contra, simplemente un silencio incómodo sobre su obra. Más que por su cine, Trueba ha tenido cierta presencia mediática por su activismo en favor de la Ley de propiedad intelectual, llamada eufemísticamente Ley Sinde que montó el PSOE de Zapatero para agradecer los servicios prestados a toda la chusma del cine español su boicot contra el PP de José María Aznar. Lo gracioso del asunto es que al final la Ley la aprobó el PP cuando regresó al poder, porque al fin y al cabo era una ley pepera y los principales beneficiados de esa ley iban a ser personas e instituciones no conocidas precisamente por su activismo de izquierdas.

En San Sebastián, Trueba se encontró con un individuo de su mismo pelaje. Si el director representa lo más rancio y conservador en lo que a cine se refiere, encontró su par en el ámbito político: el fascista (de ideas y de sangre) Íñigo Fernández de Vigo, un sujeto despreciable nombrado por el cobarde Mariano Rajoy como Ministro de Cultura, para cumplir una cuota con el ala más radical de su partido. Fernández de Vigo, natural de Tetuán, de donde salió su padre para acompañar a Franco en un golpe de Estado y posterior aniquilación del gobierno republicano y de todo lo que se pusiera delante, es un fascista nostálgico de los pies a la cabeza, además de que por sus venas corre lo peor de la historia de España: generales golpistas, decadentes borbones y otros nobles de medio pelo, de los que ha heredado el título de barón. Rajoy ha tenido a bien nombrar a este monstruo como ministro de Cultura, porque sabia que metiese donde lo metiese solo sembraría el caos y la destrucción. Así que a Cultura, que es una cosa de rojos, y a aplicar las prácticas de Goebbles y Millán Astray, dos referentes para esta basura que, en cualquier país decente, estaría inhabilitado para cualquier cargo público.

«Aquí tienes la limosna por hacerme reír, mequetrefe»
Como suele ocurrir en cualquier evento en el que a un miembro del cine español le dan un micrófono frente a un responsable político (y está la tele delante), Trueba se dedicó a atacarle con chulería, a él y al premio que recibía. La imagen es dantesca, con el bufón Trueba poniéndose chulito y diciendo cuatro cochinadas que mañana serán olvidadas, pero metiéndose el sobre de treinta mil euros en el bolsillo y el ministro fascista al fondo partiéndose la caja y aplaudiendo a rabiar todas las ocurrencias de Trueba. Lo que más ha sobresalido de su patético discurso es lo de «nunca me he sentido español, ni cinco minutos de mi vida», perfecto para un titular atractivo en estos días con las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina y tanto un bando como otro soltando mierda para fanatizar al personal. Ya digo que dicho por un personajillo como Trueba, que se puede decir que hace 20 años que no existe y que lo único que ha hecho ha sido quemar dinero haciendo películas horribles, entre las que se encuentran una robada a Juan Marsé y Victor Erice, y otra fusilando (en todos los sentidos del verbo) La bella mentirosa de Rivette, no tiene mucho valor. Que diga lo que quiera, se irá con el viento. Incluso él mismo se desdice en su propio discurso: «Siempre he estado a favor de las selecciones de los otros países, el único año que fui con la selección española fue cuando ganó el Mundial». Yo no sé si se puede ser más patético y cobarde. Y ya no es que lo piense, sino que encima lo dice a voces. No se sentirá muy español, pero esa forma de pensar es muy de españaza. Estos días se ensalza mucho a Pau Gasol como buen catalán y español por sus exhibiciones en el campeonato de Europa de baloncesto, pero si España hubiese perdido hace varios partidos, el análisis habría sido que hay mucho catalán ahí y no se sienten españoles.

Es realmente asquerosa esa pose intelectual de que el deporte es el mal, pero en seguida se suben a la cresta de la ola cuando hay un éxito y se ponen líricos explicando las bondades culturales, sociales del deporte como medio. Y aquí los hay de muchos tipos, desde el patriotilla que habla de equipo de todos o valores de unión y compromiso, hasta los que hablan de la tolerancia y respeto que supuestamente representan unos deportistas que, atendiendo a los más mediáticos, participan en disciplinas conocidas principalmente por la trampa y el engaño. El deporte, al igual que el cine, por otra parte, no es educativo, no transmite valores. En su gestación (deporte y cine) suele mediar la corrupción y la injusticia, por lo tanto, dejemos ya esos discursos infames y cursis. En el campo educativo, el deporte y el cine, son puros instrumentos de propaganda y adoctrinamiento. Creo que cuanto antes nos liberemos de esa pose, más se podrá disfrutar de ambas disciplinas.

Volvamos a Trueba. «Los premios hacen a la gente más débil, más tonta y más vieja, por eso me da un cierto miedo». Lo dice un hombre que ha basado toda su carrera cinematográfica en los premios que recibía. Su primera película Ópera prima, ganó un par de premios en Venecia, y la cuarta, El año de las luces, el Oso de Plata en el Festival de Berlín. Ganó también los premios más rancios que existen, los Goya (en varias ocasiones arrasando) e incluso los Fotogramas de Plata. Y, de regalo, tiene una estrella en el cutre y rancio Paseo de la fama de Madrid, una de esas obras de naturaleza franquista que hacemos aquí copiando a los de fuera, porque España no iba a ser menos. Todas sus películas reciben premios, entonces Trueba debe ser uno de los cineastas más viejos y tontos que existen. Que este tipo de declaraciones las diga alguien que jamás ha recibido nada, no sé, un Paulino Viota o un Gonzalo García-Pelayo, puede tener cierto sentido, pero que las diga Trueba, que hace películas perfectamente refinadas (en el significado industrial de la palabra) para aspirar a unos premiecillos Goya resulta bochornoso.

¿Qué se atreve a decir Trueba cuando siempre ha sido un lacayo de Andrés Vicente Gómez y otros productores? ¿Cuando su cine desde hace ya más de veinte años no es más que una asimilación barata y apolillada del cine más académico y de calidad? Una mala versión del cine clásico americano sometido a un pasapurés (con grumitos e hilillos) contemporáneo. Un Garci con menos talento y menos conocimiento de la historia del medio al que se dedica. Un hombre que además, en la mejor tradición aristocrática española, ha generado una descendencia que se agarra al apellido para seguir los pasos del patrón de la casa. Trueba no se sentirá español, pero su trayectoria ejemplifica todos los vicios de la España más oscura y ruín.

Al final, Trueba se metió a realizar un -aparentemente- sesudo análisis artístico, hablando sobre la naturaleza del arte y otros campos en los que no parece estar muy versado. Siguiendo la crónica de El País: «El realizador se mostró en contra de la teoría de filósofos y estudiosos de que el arte tiene relación con lo sagrado. “El origen del arte es pornográfico, en las artes plásticas, en la literatura y sobre todo en el cine”». Bueno, es que reducir la naturaleza del arte a una división entre lo sagrado y lo pornográfico y trazar una línea me parece profundamente ignorante, cuando lo religioso desde un punto de vista no eurocéntrico ha sido algo abiertamente erótico. Incluso en la representación artística de lo sagrado en la tradición europea, el componente erótico-pornografico ha sido muy importante. En el cine, Cecil B. DeMille era un cineasta profundamente católico y films suyos como Cleopatra, Sansón y Dalila o Los diez mandamientos (todas cintas bíblicas ortodoxas) muestran un erotismo desatado. Creo que es, por lo tanto, una relación mucho más compleja que esta mierda que Trueba suelta por su boquita, y que cierra de manera magistral con otro argumento para la historia: «contó como el conde de Romanones encargó unas películas pornográficas para el rey Alfonso XIII, “un gran aficionado a este tipo de cine”». ¡Así que la base de su argumentación eran los gustos de un putero y borracho como Alfonso XIII! Esta cita grotesca le debió encantar a Méndez de Vigo, descendiente de María Cristina de Borbón, abuela de Alfonso XIII.

A este discursito débil, tonto y viejo asistió encantado el ministro de Cultura, que imagino que pensó que bien valen treinta mil euros por semejante divertimento donde un mequetrefe se autohumillaba ante el gran poder. Deberían hacer como en los concursos americanos y poner un cheque gigantesco con la cantidad otorgada y Méndez de Vigo entregándoselo a Trueba, el primero con su sonrisa de facha orgulloso y el segundo con su pose de intelectualillo de medio pelo y su mirada bizca. Mirada que, involuntariamente, tan bien define la trayectoria vital de este director de cine, por llamarlo de alguna manera. El intelectualillo como bufón del facha aristócrata, qué bien lo caló Bardem (el bueno) en Muerte de un ciclista. Poco ha cambiado España desde entonces, por mucho que la hayan maquillado.

sábado, 19 de septiembre de 2015

El festival de los hombres

Qué ganas de ir, ¿verdad?
El festival de San Sebastián, que entra en su edición número sesenta y tres, nació y se consolidó como un aparato de propaganda más del franquismo en los años 50, cuando empezábamos a dejar atrás aquella imagen de país pobre, destruido, ruin y analfabeto para sustituirla por una presuntamente más saludable de fiesta, playas y siesta. El franquismo sabía bien lo que hacia, y apoyó un certamen en uno de los lugares más «ricos» (siempre entrecomillado para hablar de la España de los 50) del país y en una zona bastante privilegiada. Los festivales del cine nacieron como herramientas de propaganda de las peores dictaduras del mundo. Mussolini creó el festival de Venecia y Stalin el de Moscú, y Franco no iba a ser menos, mezclado además con esa publicidad basura de aperturismo, "país moderno" (cosa que han heredado muchos dirigentes del PP), en parte gracias a la nueva alianza con los EEUU de Eisenhower. El militar que había «liberado» (ejem) a Europa del fascismo pactaba con los restos de aquella plaga para hacer frente a su nuevo enemigo, algo muy habitual en la historia de aquel país, por otro lado. 

Hoy en día los festivales existen un poco por la misma razón: como objeto de propaganda del político o partido de turno, que les permite a los pobres e ignorantes ciudadanos cultivarse en las artes, especialmente la cinematográfica. De ahí que en España naciesen festivales a la misma velocidad que se construían aeropuertos, autovías entre la nada y la nada y gigantescos mausoleos dedicados a alguna cosa arbitraria, la Ciencia, la Cultura, las Artes o alguna cosa bien en mayúsculas, para darse importancia. En el caso de los festivales, que no es algo que haya que construir y luego mantener, los han ido eliminando progresivamente con el mismo populismo que los crearon. «No podemos gastar un millón de euros en un festival cuando hay gente pasando hambre» es algo que todos hemos escuchado alguna vez. De los miles de millones gastados en los tres asaltos (no se puede utilizar otra palabra) olímpicos de Madrid jamás serán tratados de la misma manera, a pesar de que por allí pasaron (y pasan) la Gürtel y la Púnica en pleno. Los festivales de cine fueron eliminados o reducidos a la nada progresivamente, y los que quedaron se han tenido que adaptar al nuevo modelo, un auténtico delirio en el que cada año hay que decir que se han presentado más películas, se han vendido más entradas y ha aumentado el número de comensales en los restaurantes de la ciudad. ¿Por qué? Porque los festivales no se justifican en su valor cultural, sino en el «interés de la gente». Ese concepto, «la gente», creado por la nueva izquierda para la cual una filmoteca es lo mismo que El Bulli o el tenderete de pulseritas artesanales de un mercadillo de medio pelo. ¡Hay que adaptarse a los nuevos tiempos, abuelos estalinistas!

El cine que interesa a "la gente"
En San Sebastián, el festival más grande de España (y por lo tanto, el peor, más conservador y más elitista), la crisis se notó, pero menos. En esta entrevista, su actual responsable, José Luis Rebordinos declara que cuando llegó, el presupuesto era de 6.85 millones de euros, una cifra inalcanzable para cualquier otro festival español, y ahora se sitúa en los 7.7 millones, lo que no me parece nada mal. El problema es que el modelo de San Sebastián es el de festival de cine de lujo, de alfombras rojas, estrellas internacionales y para eso no llega con mucho dinero, hay que tener muchísimo. Así que al final es la versión española del festival de lujo, equivalente a lo que es Benidorm a la Costa Azul. Sostener este modelo en un país en crisis estructural es imposible, no tanto por los propios medios de uno (la capacidad para gastar millones en cosas despreciables en España es enorme), sino porque saldrán competidores mucho mejor preparados, y ahí está el festival de Toronto, bombardeando el poco interés que ya tenía el certamen donostiarra. Sin estrellas (Sienna Miller, Emily Watson es lo que han conseguido pescar... ¡y a qué precio!) y apretándose el cinturón, esta edición del Zinemaldia destaca por su conversión en festival de segunda, donde los centros de interés son las películas que vienen de Cannes y Venecia, y, en el mejor de los casos, de Toronto. La economía mundial se ha extremado de tal manera que solo sobrevivirán dos modelos: el de aquel que gasta cantidades ingentes de dinero para comprar su presencia mediática y el pequeño festival que tiene muy claros sus centros de interés y planifica toda su estrategia en función a eso. Y en San Sebastián quieren picar un poco de todas partes, por algo es la tierra de los pintxos, y bajo mi punto de vista eso terminará tarde o temprano en tragedia, sosteniendo a un muerto viviente.

Pero la idea que nos tiene que quedar clara para esta entrada específica es lo de festival rancio, franquista, elitista. El pecado original de ser el festival de cine de la dictadura se extiende hasta nuestros días, al igual que el edificio construido durante el nazismo de Los crímenes del doctor Mabuse de Fritz Lang, un resto de una etapa vergonzosa de nuestra historia que hemos maquillado para que parezca muy contemporáneo, muy democrático, muy progresista y todos esos conceptos vacíos. Los medios de comunicación, los tradicionales y los modernos, los de papel y los de internet, son colaboracionistas de esta idea nauseabunda, ya que rara vez hay alguna crítica, incluso en los medios más absurdamente pequeños y marginales acuden cada año religiosamente al festival, y tan felices. Es bastante asqueroso, mientras otros festivales se mantienen con espíritu de guerrilla, con programaciones atrevidas y con rigurosidad, los medios centran únicamente su atención en ese gigante sin pies de barro que más allá de desiertos remotos y montañas lejanas (en la genial, aún involuntaria -o precisamente por ello-, frase de José María Aznar) apenas se nombra.

Sigamos por esta línea, la de los medios colaboracionistas con este festival retrógrado y franquista. Recordemos por ejemplo la última edición de los Oscar o el último festival de cine de Cannes, y las amargas críticas que suscitó la presencia casi testimonial de mujeres a competición. ¿Recuerdan el revuelo montado, de nuevo, tanto en medios tradicionales como en internet? Todo el mundo se rasgaba las vestiduras ante dos instituciones -la academia y el festival- que reducían a las mujeres creadoras a mera anécdota. En, España, que es un país de pesebreros y de aduladores del papá americano, país bananero de sí bwana, donde la mayoría de las noticias de las webs son una mala traducción de una página americana, siguieron la corriente (lo único que saben hacer, pegarse a la moda) y pusieron el grito en el cielo ante semejante injusticia. Ahora, parémonos un poco a pensar: ¿cuántas películas dirigidas por mujeres hay en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián? ¿Ha habido alguna noticia o comentario en twitter de cierta relevancia al respecto? ¿Han censurado los adalides del feminismo cinematográfico la programación del festival?

#NeverForget
Vamos con los datos. En la Sección Oficial hay 21 películas, de las cuales cinco están fuera de concurso. De esas 21 películas, y cumpliendo rigurosamente con la ley de paridad (de los 7.7 millones de presupuesto, el 56% -palabra de Rebordinos- sale de arcas públicas), una de ellas, ha sido dirigida por una mujer. Se trata de Lucile Hadzihalilovic, que con Evolution, debe ser la única mujer que encontraron digna de participar en la reputadísima sección oficial de San Sebastián. Un festival que premió obras tan recordadas y vanguardistas como El viento se llevó lo qué, Taxi para tres, Schussangst (quitando los honores a Te doy mis ojos, para gran indignación de Sogecable la prensa más erudita) o un bodrio de Bahman Ghobadi en dos ocasiones, y donde gente como Carlos Sorín o Simon Staho participaba sistemáticamente, trajese lo que trajese. Bajo este panorama, lo de solo una mujer a concurso parece hecho a propósito. Una política de tener a pocas directoras a concurso, porque de otra manera es inexplicable. Si me dijesen que tienen veinte obras maestras absolutas, a David Lynch, Clint Eastwood, Hou Hsiao-hsien, Jean-Luc Godard y otros grandes nombres de la cinefilia mundial y que, por una u otra razón, son todos hombres, pues bueno, podría justificarse bajo criterios de calidad y atención mediática, pero es que en esta edición hay películas con Ricardo Darín y otras que da miedo preguntar de dónde las sacaron. ¿Y del contenedor de «películas para festivales» del que sacaron esa selección, ¿no había más dirigidas por mujeres?

Sigamos. En la sección nuevos directores, que publicitan bajo la "original" fórmula de Nuev@s director@s -no sabemos si por ignorancia o por incidir en el bochorno y la desvergüenza- participan catorce largometrajes, de los cuales, el equipo de programación ha permitido, en su infinita sensibilidad y benevolencia, que dos hayan sido dirigidos por mujeres. Granny's Dancing on the table de Hanna Sköld y Jajda de Svetla Tsotsorkova. Todo muy equivalente, como bien indica el comprometidísimo nombre de la sección.

En Horizontes latinos ni rastro de las mujeres... Todas las películas de la sección (14) han sido dirigidas por hombres. No hay mucho que comentar cuando el porcentaje es un absoluto y rotundo cero. No sé cuál será la excusa, quizás la falta de sensibilidad de los latinoamericanos. Ya saben que en España, además de machistas, somos muy racistas, y todo lo que viene de ahí abajo es sospechoso. Algunos bufones han representado esto muy bien últimamente. Franco lo dejó todo atado y bien atado, el festival de cine y el país.

También son catorce perlas las que participan en la -vergonzante- sección dedicada a películas traídas de otros festivales y también están dirigidas todas las películas por hombres. En la otra sección de Zabaltegui (también traídas de otros festivales pero no consideradas perlas, debe ser que son peores o algo) hay 24 películas, y quizás debido a que el número es más alto han tenido a bien abrir un poco la mano y permitir participar a un número mayor de mujeres. Son cinco por diecinueve hombres. Equilibrio ante todo.

En esa sección de chiste que solo merece la parodia y el escarnio llamada Culinary Zinema participan (¡sí, es una sección competitiva!) diecisiete largometrajes, de los cuales hay tres dirigidos por mujeres, más otros dos codirigidos. Como es una sección de cine y cocina imagino que el progresista criterio de selección del festival ha querido premiar a las mujeres con una mayor presencia por su dedicación a tan noble arte. No sé, habría que preguntarles, aunque los medios de comunicación parecen más interesados en hacerle la ola al amigo Rebor y en hacer gracietas sobre las películas.

Savage Cinema es otra sección ridícula e innecesaria dedicada a la aventura y los deportes de acción, quizás como homenaje a un par de festivales españoles que se dedicaron a la materia en los años del derroche y hoy, por suerte, felizmente desaparecidos (se celebraban en territorios dominados con puño de hierro por la Gürtel, así que imaginen). Me llama la atención que el ciclo de cine y cocina se llame Culinary Zinema y este Savage Cinema. ¿Por qué el primero con Z y el segundo con C? ¿Por qué los nombres en inglés? Aunque todo se reduce a una pregunta central, ¿por qué existe este festival? Esta sección en particular resulta bastante injustificable si tenemos en cuenta que el comité de selección lo componen tres personas. Tres individuos (una mujer de tres, siempre en inferioridad) para elegir las películas de la categoría más intrascendente del festival y donde solo concursan ocho películas. ¿En serio es necesario un comité de tres personas para una sección tan secundaria? De esas ocho películas, una mujer codirige una, aunque se la vamos a dar por completo a ella ya que parece una colaboración con un fotógrafo en la que los aspectos cinematográficos corren a cargo de la directora. Y para que no digan que manipulo a favor de mi tesis, voy a regalarle algo de porcentaje al festival. Una de ocho.

Aunque las dejaré fuera del recuento, por completismo decir que en Zinemira (la sección dedicada al cine vasco) hay una única directora, Lara Izagirre por catorce hombres; mientras que en Made in Spain (el contenedor de películas españolas de la última temporada) de los once largometrajes que se muestran, dos son dirigidos por mujeres, aunque habría que decir que uno es de Leticia Dolera, que tiene una carrera como directora por la misma razón que Ana Botella tiene una carrera como política. No sé si este comentario es machista, pero vean los agradecimientos en los créditos de sus cortometrajes antes de decidirlo. Curiosamente, Dolera es de las pocas que ha comentado este escaso número de mujeres, aunque solo en su nicho/sección de cine español.

Haciendo recuento, en las siete secciones contabilizadas hay 112 películas. ¿Cuántas han sido dirigidas por mujeres? Trece (doce y dos mitades). Un dato insultante, vergonzoso, propio de una dictadura o de un régimen que oprime sistemáticamente a la mujer. Me parece injustificable y más aún que nadie, absolutamente nadie con un cierto poder de convocatoria o espacio mediático se haya indignado. No, hay un silencio oficial. Y estamos hablando de un país donde existe una ley de paridad, un país que viene de un pasado terrible en cuestiones de igualdad y donde la violencia de género sigue estando en nuestra vida cotidiana. Pero no hace falta entrar en reivindicaciones, simplemente respetar una realidad: que hay muchas mujeres haciendo cine, quizás no tantas como hombres (está claro que vivimos en desigualdad), pero si un porcentaje más elevado que ese risible 11% que muestra el festival de Donostia (y eso que dejamos al lado dos secciones claramente desfavorables).

¿Cuántos festivales españoles están dirigidos por una mujer? ¿Cuánto dinero público reciben?
 Hay que repetirlo: el festival de San Sebastián cuesta 7.7 millones de euros, de los cuales más de la mitad salen de las arcas públicas (cuyo 50% está financiado por mujeres). Además, uno de los patrocinadores privados es Televisión Española. Con todo el morro del mundo, esta televisión, altavoz del régimen, patrocina un premio llamado TVE - Otra mirada, un premio orientado a la sensibilización del público con los problemas de género. Extraoficialmente es un premio que se suele dar a una directora, aunque en las bases dice que también puede recaer en hombres «que muestren, en sus películas, una especial sensibilidad por el citado mundo de la mujer. Un cine, en definitiva, que muestre el punto de vista, las preocupaciones y necesidades, los deseos y anhelos del 50% de la población. Un universo femenino que, en ocasiones, no encuentra facilidades para expresarse». Ocasiones como, por ejemplo, este mismo festival de San Sebastián. Reduciendo este premio a las mujeres directoras, será el galardón más barato de conseguir, ya que solo lo disputarían 12 películas.

Esto es, detrás de toda la propaganda, la cháchara y el discursito falso progresista, lo que realmente promueve el festival de San Sebastián. Frente a las declaraciones altisonantes de sus responsables, culturales y políticos, por la igualdad y la sensibilización con los problemas femeninos, los datos puros y duros, que son los que reflejan una realidad. La realidad del 11%, algo que ni se puede considerar una cuota. 

Pero lo que más me preocupa no es que un Estado lleno de nostálgicos fascistas y un festival de cine retrógrado promuevan esa imagen de la mujer. Es lo que se espera de ellos, de su conservadurismo atroz y su inmovilismo decimonónico. El problema son todos esos periodistas que acuden en masa a San Sebastián y callan sobre esta realidad. ¿Por qué? ¿Por qué tanto articulito sobre micromachismos, sobre el feminismo de Mad Max y sobre el sexo de los ángeles y silencio absoluto ante semejante atropello? Todo papel mojado, todo copiado de alguna web trendy americana. Entiendo que en algunos medios de comunicación importantes habrá conchaveo o directamente la compra de opinión a cambio de pintxos, fiestas y otros atractivos de Donosti, pero es que ni la prensa más pequeña parece pronunciarse (no con la suficiente indignación que merece algo así). Prensa retrógrada que ya no es que no lo criticase, sino que ni siquiera informó de la circunstancia.

Dinero público (el 56% más TVE... sin contar otros patrocinadores como Movistar, que son empresas del régimen) utilizado en alfombras rojas, una programación kilométrica y desquiciada; y donde la mujer (no vamos a entrar en la presencia de minorías étnicas) tiene diez veces menos presencia que el hombre. Este es el festival que cada año se celebra en San Sebastián, sin que nadie diga nada. Supongo que es mejor comentar en Twitter videos de Stephen Amell y Matt Damon para soltar el discursito comprometido de marras. Esto es España, es el cine español y es el periodismo cinematográfico de este país. Atado y bien atado.

lunes, 22 de junio de 2015

¡Bienvenido Mister Marshall!


Especializados en cine halternatibo
Entro en twitter tras una mañana complicada y me encuentro con una captura de una entrevista, con una pregunta sobre la dificultad de estrenar "cine experimental" (ejem) como Under the Skin o las de Quentin Dupieux. Como cinéfilo, uno de mis caballos de batalla ha sido siempre tratar de darle un sentido al vocabulario que utilizamos, expresarnos bien, manejar conceptos claros y saber transmitirlos bien. Muchas veces me encuentro con críticos que no tienen claro lo que es un plano secuencia o la diferencia entre una película en digital y una en 35 milímetros. Y que tampoco tienen muy claro lo que es el cine de la nouvelle vague o las etapas del cine japonés. El problema no es que no lo sepan (nadie tiene la obligación de saber nada), sino que transmiten datos (que no opiniones) erróneos contribuyendo a la ignorancia. El concepto "cine experimental" es algo que me pone bastante de los nervios, porque "cine experimental" no es "cualquier cosa rara difícil de entender". Cine experimental tiene unas connotaciones históricas, remite a un tipo de creación cinematográfica muy particular. Tampoco es que sea un concepto cerrado que no admita discusión, pero la ligereza con la que se utiliza llega a ser irritante. Malick no es cine experimental. Harmony Korine no es cine experimental. Mad Max no es cine experimental. Y, por supuesto, el mendrugo ese con Scarlett Johansson haciendo el idiota no es cine experimental. De Quentin Dupieux ya no digo nada porque considero que ni es cine experimental ni de ningún otro tipo.

Después me dicen que esa cita pertenece a una larga entrevista de Jot Down Magazine a Jaume Ripoll, uno de los responsables de filmin, la plataforma de cine en streaming más famosa de España, subisidiaria de Cameo. La verdad, es que sabiendo que era de Jot Down ya debería haberlo comprendido todo, porque se trata de uno de los medios más infames que ha dado España desde la llegada de la democracia (no vamos a remontarnos antes en el tiempo por respeto y cierto desconocimiento) y encima ha sido inspiración para muchas otras revistas, igual de malas o peores. Jot Down es la hipsterización de la cultura a todos sus niveles. Coger algo que pertenece a los poderes tradiciones y disfrazarlo de algo alternativo, trendy o con mucha más relevancia de la que realmente tiene. No crean contenido ni reivindican nada, simplemente regurgitan todo lo que ya era dominante para que lo siga siendo. Respecto a filmin, yo es una plataforma a la que respeto hasta cierto punto, porque el trabajo que hacen está bien. Han recibido muchos ataques, han sido los pioneros en España de la distribución online de películas... puede que hayan llegado tarde y no lo hayan hecho muy bien, pero somos España y atendiendo a eso cualquier intento en este campo ya debe ser visto con buenos ojos. Aún así, me pongo a leer la entrevista y encuentro algunas cosas que no se pueden defender de ninguna manera. No tanto sobre filmin como negocio, sino sobre la cultura cinematográfica en general, y que nos descubre que los responsables de esta materia en España son los principales enemigos.

Son los principales enemigos por una especie de hipocresía que existe en el mundo de la cultura. Se trata de que los principales agentes culturales en materia cinematográfica de nuestro país no están interesados en cine alternativo. Hablan, con grandes palabras, de la necesidad de una cultura alternativa, de romper con el gigante americano y defender lo propio, de dar espacio al cine experimental (ejem) y europeo, pero a la hora de la verdad, ¿cuántos están dispuestos a hacer lo mismo? Hace unas semanas, en plena campaña electoral, salió la noticia que un responsable de cultura de Ahora Madrid planeaba acabar con las películas del Oeste en Telemadrid y sustituirla por creación nacional y alternativa. A mi me parece algo loable. Soy un fanático de los westerns, me parece el género mayor del cine americano clásico y, al revés que al señor este de Podemos, me parece un tipo de cine muy subversivo, donde habitualmente se defiende la figura del forajido frente al poder establecido, donde se critica la imposición por la fuerza y otros mecanismos innobles del anglosajón sobre el indígena y otros muchos temas interesantes y educativos. Pero aparte de esto, creo que si realmente hay una apuesta por dar salida a producciones españolas con poco recorrido, es aceptable sacrificar los westerns, porque al fin y al cabo, el dinero y espacio público debe estar para fomentar y dar a conocer nuestra propia creación cultural y no las de multinacionales extranjeras. Pero al margen de la teoría, tengo muchas dudas de que Podemos vaya a realizar esto teniendo en cuenta de que su principal referente en materia audiovisual sea Juego de tronos y otras series de televisión americanas, que no son sino una forma de imposición imperialista mucho más fuerte que la de los westerns, y más peligrosa debido a su mayor alcance mediático.

Esto mismo pasa con Ripoll, que habla amargamente de que un producto alternativo como Filmin lo tiene muy difícil frente a los grandes poderes, pero luego, ¿cuáles son los referentes que utiliza? ¿Habla del heroísmo de autores que filman lo que quieren pese a las difíciles circunstancias? ¿Reivindica a Apichatpong Weerasethakul, a Garin Nugroho, a Abderrahmane Sissako, a Júlio Bressane? No, claro que no. Primero cita a los Dardenne y a Béla Tarr como cine difícil que necesita de una introducción para que la gente sepa apreciarlo, pero según avanza la conversación esos nombres desaparecen y son sustituidos por otros menos alternativos como Spike Jonze, Coppola, Shane Carruth, John Huston... mejores o peores, pero todos en la misma dirección, todos son anglosajones. Quitando Berlanga, Fritz Lang y alguna otra obviedad, todos los referentes, casuales o no, que utiliza Ripoll, lo primero que le viene a la cabeza, siempre provienen del mismo sitio.

No hay nada de malo en ello, por supuesto. Creo que el cine americano (la cultura americana en general) ha dado grandísimas obras maestras. Y tampoco lo veo como una imposición imperialista. Bueno, es cierto que hemos llegado a un punto donde el cine americano se está imponiendo financieramente a base de negar el espacio a otro tipo de cine (si se estrena una película en mil salas, es un espacio que no ocupará otra película) y eso es un tipo de censura económica, pero no soy de esas personas que lloren amargamente que nos están lavando el cerebro a base de películas de superhéroes. Me parece una visión reduccionista. De hecho, me parece tan malo eso como la imposición "intelectual" de series de televisión como Juego de tronos, True Detective, Mad Men y otros productos americanos que nuestra intelectualidad no critica porque eso sí les parece algo digno y reputado, aunque la imposición sea igual de injusta y violenta. Entonces, ¿cuál es el problema? El problema es la hipocresía. No puedes vivir lamentándote de que la gente solo quiere ver cine americano y luego que todos tus referentes vengan de ese cine. No puedes vivir siendo un defensor de la diversidad cinematográfica y que a la mínima tu discurso se venga abajo. Fíjense en la siguiente imagen. Pertenece a la parte final de la entrevista y lo único que he modificado ha sido ese subrayado.

Ripoll se queja del complejo de Mister Marshall que hay en España, donde pensamos que solo lo americano merece la pena. Hay que decir que hace esa declaración en referencia a Netflix y a todos esos españolitos que piensan que esa plataforma es el alfa y el omega de la distribución digital de contenido audiovisual, pero no creo que hacerla extensible a otras disciplinas sea manipular lo dicho por Ripoll. Por ejemplo, que a continuación pongan una foto de Ripoll en su biblioteca y que esta esté dominada por productos americanos, y no precisamente alternativos, sino nombres tan obvios como Casablanca, Mad Men, Ciudadano Kane, Judy Garland, Hitchcock... me parece una de las mayores cumbres de la hipocresía que he visto en todo el ámbito cultural español de los últimos años. Quiero pensar que la estantería de Ripoll es mucho más amplia, y en la parte que no sale en la foto tiene todos los blurays de Carl Theodor Dreyer e Ingmar Bergman, las ediciones de Criterion de maestros del cine experimental (el de verdad) como Brakhage y Frampton. Pero creo que si basas buena parte de la entrevista en tus críticas al imperialismo cultural americano, deberías cuidarte de sacar una foto como esa, porque es bastante ridícula.

Me lleva a pensar en Ripoll igual que pienso de muchas otras personas que trabajan en lo que podríamos llamar, así de manera general, escena de cine alternativo en España. Y eso incluye a muchos críticos de cine, programadores de festivales y otro tipo de agentes culturales. Y pienso de estas personas que están haciendo esto como podrían estar siendo representantes de marketing de un estudio de Hollywood o vendiendo biblias de puerta en puerta. Es decir, que no hay una convicción real detrás del trabajo que hacen y simplemente su discurso "alternativo" no es más que una impostura para resultar convincente de cara al comprador. Por poner un ejemplo, Mikel Olaciregui, durante años encargado del festival internacional de cine de Donosti y ahora responsable de la programación de Cineteca en Madrid, dos circuitos bastante (a priori) "alternativos". De hecho, en muchas ediciones del festival donostiarra, la dirección encabezada por Olaciregui se enfrentó a otros sectores por su defensa del cine europeo frente al americano, especialmente un año (2005 si no recuerdo mal) donde no hubo ninguna película americana a concurso. Pero hace un par de años, en una lista de películas favoritas para la famosa encuesta del BFI, el programador español elegía sus diez films más importantes y no hay ni rastro de ese cine de autor europeo, pequeño y alternativo, que tanto se esforzaba en defender en discursos oficiales.

El caso de Olaciregui es el de muchos. Programadores de cine experimental que no se quedan a ver las propias sesiones que organizan. Críticos de cine que recomiendan ir a determinadas sesiones de filmoteca o de festivales y luego ellos mismos no van. Pasó recientemente en Madrid, donde se proyectó la muy exclusiva Visita, ou memórias e confissoes de Manoel de Oliveira, y apenas veías rastro de críticos profesionales. Por mucho que la hubieran visto en Cannes, ¿en serio no había interés en verla una segunda vez, fuera del circuito de festivales? Parece ser que no. Creo que si hubiera sido Carol de Todd Haynes no hubiera pasado lo mismo. Y de nuevo, no voy a culpar a nadie porque no le guste el cine experimental o el cine europeo más radical, ni porque prefiera otro tipo de cine. Lo que me molesta es que vampiricen de manera hipócrita y totalmente falsa ese discurso alternativo por intereses puramente comerciales. Veo mucho en la crítica de cine en que hay que defenderlo todo desde la óptica de lo revolucionario o lo alternativo, como si en cualquier producto hubiese que encontrar por narices un discurso transcendente. Creo que lo que ha pasado con Mad Max: Fury Road es muy indicativo, que parecía que había que defenderla como un hijo rebelde de Brakhage y de Godard, porque era poco decoroso hacerlo como simple producto de entretenimiento vendepalomitas.

Da igual, como digo, a este tipo de críticos/programadores/etc es muy fácil desenmascararlos, aunque sigan sobreviviendo: «Entre Truffaut y Godard, siempre Truffaut. Alguien que empieza con Los 400 golpes y La noche americana siempre me interesa mucho más que Godard. Nunca he tenido una buena relación con el cine de Godard. Aunque de los franceses, ni uno ni otro, me quedo con Louis Malle. Yo creo que Louis Malle tiene una de las mejores películas de bajo coste que se han hecho nunca, que es Mi cena con André.» dice Ripoll. Y uno no sabe muy bien por donde empezar a comentar esto. Lo de la minusvaloración de Godard lo vamos a dejar en el terreno de las opiniones y de la incomprensión general que este cineasta ha tenido en España desde tiempos inmemoriales. Pero eso de «alguien que empieza con Los 400 golpes y La noche americana», pues hombre, decirle a Ripoll que no, que Truffaut no empezó con La nuit americaine, que ya llevaba más diez largometrajes a sus espaldas y de que ser algo, será más bien de sus películas finales. La guinda es que tras vendernos el discurso alternata diga que mejor Malle y, de entre su producción, una de sus películas norteamericanas. ¡Chúpate esa, Mister Marshall!

Para terminar, dedicar unas palabras a la educación cinematográfica en España, de lo que hablan bastante en la entrevista. Yo veo muy complicado el cine como materia de estudio en la educación. Primero, creo que se convertiría en otro campo invadido por la cultura americana y no nos venderían más que la historia de Hollywood y algunas excepciones permitidas por ella. No creo que pueda existir una excepción cultural en la educación, más que nada porque para empezar los propios maestros dudo que tengan ese compromiso. Si no lo tienen los agentes culturales encargados de ello, no se lo vamos a pedir a los maestros. Solo hay que ver la educación universitaria, ¿cuántos alumnos de Comunicación Audiovisual salen pensando que cuando un film no responde a los arquetipos narrativos del cine americano es porque hay algo mal? ¿Quién no tiene un amigo que ha cursado comunicación audiovisual que les dice que tal película de autor no está bien narrada, que carece de ritmo o que no se entiende bien? Ahora, lleven esta cultura a las escuelas, con niños más pequeños e influenciables, con manuales realizados por las habituales editoriales que hoy en día están en manos de holdings de empresas americanas. Atendiendo a esto, no veo otro futuro que no sea un ejército de consumidores de galas de Oscar y lectores de Fotogramas y sucedáneos. No, gracias, no les hagamos el trabajo sucio.

Ripoll va un poco en la línea que señalo más arriba diciendo lo siguiente: «Ojalá más gente vea Z. Yo lo veo en los alumnos de cine, que nadie la ha visto. Pero bueno, si no han visto JFK de Oliver Stone difícilmente habrán visto Z. Y hablo de chavales entre veinte y veinticinco años que de entrada es que no saben ni que existe una película que se llama así. Y luego la ven y alucinan porque es muy buena». ¡Pobres alumnos de Comunicación Audiovisual que no han visto Z! ¡Ni las películas de Oliver Stone! ¿Qué hacemos? ¡Es como si un alumno de Bellas Artes no conociese a Goya o uno de filología alemana jamás hubiese leído un párrafo de Goethe! Tamaña pérdida, efectivamente, es para alucinar... En fin, yo no creo en las cuotas. No creo que nadie sea más cinéfilo por verse una película de Costa-Gavras, una de Godard o una de Nolan. Creo que lo que ve cada uno lo define dentro de un tipo de cinefilia y no pasa nada, está bien que sea así, pero ni se es mejor o peor. Yo defiendo un tipo de cinefilia. Y lo hago de manera violenta porque se ha convertido en una especie de supervivencia. Un cine que yo amo, que necesito, y que con la situación de descontrol y desatención actual, con esta heterogeneidad crítica donde todo es bueno, todo es lo mismo, porque todo es posmoderno, hipermoderno y lo siguiente, está a punto de desaparecer. Pero eso no significa que lo que yo defienda valga más que lo de los demás. Lo que sí entiendo es que en una institución educativa, donde se intenta transmitir un conocimiento y esta transmisión está limitada temporalmente a unas horas de clase, es cierto que debe existir un canon, o una línea. Yo no sé si esto existe. No sé lo que estudian en Comunicación Audiovisual, pero he conocido a algunas personas que han estudiado esa carrera y no me transmite buenas sensaciones. Porque sí creo que en una carrera como Comunicación Audiovisual el canon debe responder, o contrarrestar una influencia del mercado. Debe existir una discriminación positiva. Creo que hay un cine que puede sobrevivir sin el ámbito académico y otro que no. Es cierto que se genera una injusticia, pero al menos el objetivo al hacerlo es garantizar la supervivencia de un tipo de cine.

Pero esta reflexión da un poco igual cuando agentes culturales como Ripoll (que tampoco es un agente cultural propiamente dicho, pero es una voz importante que puede marcar una diferencia) dicen que la pena es que los alumnos no vean Z de Konstantinos Costa-Gavras. Pues hombre, se me ocurren cuatrocientas películas antes que esa que los alumnos deberían ver. Y no precisamente por cuestiones de gusto, sino por razones estéticas, históricas, políticas, culturales y muchas otras. Que se busque una película que responde al canon narrativo de Hollywood y que tiene la típica lecturita política obvia, pues da que pensar del tipo de educación que quiere esta gente. Y peor aún, la pretenciosidad, como cuando hablando de Rajoy dice: «A mí me entristece cuando aparecen las típicas entrevistas o encuestas en las que los políticos eligen su película favorita, y veo que su película favorita es Regreso al futuro y la otra es Memorias de África. Entro en shock». Pues yo entro en shock leyendo que el responsable de Filmin pide que se ponga Z en las universidades. Que un político tenga como película favorita una que es la favorita de mucha gente, pues tampoco me extraña. Su ámbito no es el cine. Hombre, dice mucho de él, como cuando Zapatero decía que Melendi era su cantante favorito. O Rajoy ha dicho que sus películas favoritas son Regreso al futuro, El abuelo y Tesis, selección que solo puede responder al perfil psicológico de un desequilibrado mental, pero al fin y al cabo, pedir que la persona que dirige un país tenga cierto criterio personal en cuestiones artísticas ya sería mucho pedir. Pero que viva el populismo y dediquémonos a recomendarles películas a los políticos. Además, por mucho que Rajoy se ponga a ver películas de Costa-Gavras, las decisiones en materia cultural no dependen de él, sino del ministro y los secretarios en cuestión. Yo le recomendaría películas a Wert o a Lorena González Olivares, aunque esta última, la pobre, ya no tiene ni donde caerse muerta con un ICAA totalmente fantasma que apenas sirve para pagar los sueldos de la gente que trabaja allí.

Creo sinceramente que a la hora de defender determinadas causas deberíamos ser más honestos con nosotros mismos. Saber que si tenemos una ideología, una forma de pensar respecto a nuestra realidad, deberíamos acompañarla con una cierta integridad y no rendirse a la mínima ante una película (o cualquier otra producción artística) que nos gusta aunque vaya en contra de aquello que defendemos. Esto a nivel de espectador, de cinéfilo, lo puedo entender. A mi me gustan muchos tipos de películas. Me gusta el eurotrash de los años 70, el exploitation japonés, el cine de acción de los ochenta y muchas otras cosas, pero entiendo que a la hora de realizar un discurso "fuerte", que tenga cierta transcendencia, se deben privilegiar unas cosas sobre otras. Esa discriminación positiva de la que hablaba antes. Porque de lo contrario, terminamos en la indeterminación o, como Ripoll, siendo poco más que un portavoz del mercado y de ese Mister Marshall que nunca termina de llegar.

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Sorprendentemente relacionado con lo anterior, especialmente con los gestores culturales que no se creen ni lo que ellos mismos defienden, me enteré ayer de este "ciclo", por llamarlo de alguna manera, que "programa", por decirlo de alguna manera, la reputadísima revista de "cine" (por decirlo...) Caimán. Cuadernos de Cine a propóstio de una gran exposición en el Museo Thyssen sobre Zurbarán. Esta revista, cuyo director y muchos de sus principales responsables no pierden la ocasión de sentar cátedra sobre lo que es el cine y la crítica del futuro, y sobre los vicios y necesidades de la crítica, demuestran no tener la más mínima vergüenza elaborando un ciclo que ni el responsable de cultura del periódico regional más anónimo de España se hubiese atrevido a realizar. Parten de Zurbarán para meter con calzador un montón de películas que remiten al Siglo de Oro, todas españolas y desvergonzadamente comerciales, a excepción de De hommes et de dieux, que supongo que la meten porque salen monjes, lo que es todavía más bochornoso, ya que es como una ridiculización del arte de Zurbarán, algo así como decir que el cine de Almodóvar es de putas y maricones (algo también muy extendido entre gente que se considera cinéfila, lo que da mucho miedo).

Que seas una revista autoproclamadamente vanguardista y un museo te encargue un ciclo de cine y tu vas y programas Alatriste de Díaz Yanes no sé cómo se puede justificar. No debería justificarse, pero para hurgar en la herida, José Enrique Monterde, ese cahierista, trata de hacerlo en un texto del programa, lo que directamente transforma el bochorno en ofensa. Es ciertamente ofensivo que una revista de cine que se erige en portavoz y defensora de la excepción cultural ponga su nombre en este trozo de mierda y que encima trate de justificarlo. Yo, si hubiera sido el Thyssen, les hubiera encargado un cuadernillo, solo para ver hasta dónde puede rebajar esta gente su dignidad por una bolsa de monedas

martes, 16 de septiembre de 2014

Diez años después

Diez años y todavía no se ha hecho justicia
Hace unas semanas, leía en la web Grantland un artículo que celebraba los diez años del estreno en EEUU de The Brown Bunny, la (al menos para mi) obra maestra de Vincent Gallo. El texto no solo se centra en aspectos de la película, sino también en lo que suscitó más polémica en su momento: el enfrentamiento entre el director y la mayor parte de los críticos que la vieron -y vapulearon- en el Festival de Cine de Cannes de 2003, a la cabeza de los cuales se encontraba el excesivamente mitificado (y recientemente fallecido) Roger Ebert. El famoso crítico del Chicago Sun-Times la llamó «la peor película proyectada jamás en Cannes», pero más adelante, tras ver una nueva versión a propósito del estreno en salas, rectificó. A su manera, porque decía que el remontaje le había sentado muy bien, a lo que Gallo respondió que era imposible que una película que era la peor de toda la historia del festival de Cannes, pasase, tras recortarle veinte minutos, a ser buena.

Para mi The Brown Bunny no es solo buena. Es una obra maestra. Una película de sentimientos a flor de piel, desprovista de todo artificio (únicamente una prótesis de plástico) y donde acompañamos de manera casi obsesiva al protagonista en su via crucis emocional. Gallo no quiso hacer elipsis, sino mostrar a través del paso del tiempo la crisis personal de su protagonista que, proyectada sobre el paisaje (un inacabable desierto solo interrumpido por la línea de la carretera) parecía apelar al sentimiento hacia un país, hacia una historia. Gallo, que había debutado como actor en Doc's Kingdom de Robert Kramer, en la que interpretaba al hijo del protagonista (un alter ego del propio director, exiliado en Portugal) parecía seguir los pasos del Kramer posterior, construyendo su propia Route One, un viaje lento y terrible por una América destartalada y herida emocionalmente. Pero tampoco hace falta irse tan lejos en interpretaciones, The Brown Bunny es una película muy sencilla, sobre un hombre que solo es capaz de amar haciendo daño, y que tras caer lo más bajo posible, vive solo para el arrepentimiento, incapaz de superarlo.

Dejando de lado la película (una de mis favoritas de todos los tiempos) y volviendo a la polémica, el caso de Ebert no fue único. Entre nuestra élite crítica, el film fue igualmente vapuleado. Vamos a pasar de Boyeros y Otis, porque lo que pueden decir de una película como esta es absolutamente intrascendente. Vamos a centrarnos en otro crítico, uno que, nada más leer el artículo de Grantland me vino inmediatamente a la cabeza, ya que su reacción al trabajo de Gallo fue tan violento y furibundo que es difícil de olvidar:

«Después de la esperanzadora rareza que supuso Buffalo 66, Vincent Gallo se escribe, se retrata, se encuadra y se dirige a sí mismo, a lomos de una Honda 77, en una especie de home-road movie narcisista y autoindulgente que no lleva a ninguna parte y cuya verdadera entidad no supera la de un súper 8 adrenalínico propio de los delirios lisérgicos de los años sesenta o primeros setenta. Tan enamorado de sí mismo y de la mitad de su rostro (presencia obsesiva en la pantalla) como de su propio pene (objeto de felación a cargo de Chloe Sevigny, en primer y detalladísimo plano al final del relato), el actor entregó la obra más egocéntrica y más banal de todo el certamen. Cine de autoría enfermiza para consumo masturbatorio de un patético Juan Palomo supuestamente alternativo, pero sin nada que decir ni que contar, más allá del viaje hacia la nada, tuvo la virtud de convertirse en la película peor calificada por los paneles de la crítica en toda la historia del festival (por debajo, incluso, del Asesinos de Kassovitz) y solo concitó la perplejidad que provocaba el desvarío -ciertamente audaz- que suponía su inclusión en la sección oficial y competitiva del certamen»

Y ahora, muchos amigos lectores se preguntarán, ¿quién escribió semejante burrada? ¿Cuál de los sospechosos habituales de este blog fue capaz de juntar estas letras para humillar de manera cobarde el trabajo de un director? No son Toni García Ramón o Gregorio Belinchón, que de aquellas no trabajaban aún en El País y seguramente estaban en su casa devorando series norteamericanas (aunque en 2003 aún no era trendy, así que a saber). El autor es ni más ni menos que Carlos F. Heredero, el flamante director de Caimán Cuadernos de Cine, antiguamente llamada Cahiers du Cinéma España. El texto, sin embargo, pertenece a su etapa como redactor de Dirigido por..., al número 324 de junio de 2003 (aquí una digitalización de esa página). Aparecía este suelto de Gallo en una crónica dedicada al festival de Cannes, donde también se decían disparates como que Dogville (sí, la de Lars Von Trier) era «sin duda, la única película del festival capaz de plantear nuevos retos al cine contemporáneo». Sí, Dogville, la película con los escenarios hechos a tiza. Sí que debió plantear un reto importante que no dejó una sola heredera, ni siquiera Von Trier fue capaz de terminar la trilogía prometida.

Vincent Gallo tras enterarse de que Heredero le llamó «patético Juan Palomo supuestamente alternativo»
Pero voy a dejar de lado opiniones y gustos personales, porque al fin y al cabo, lo que Heredero escribe sobre The Brown Bunny estaría igual de mal si la damnificada fuese Dogville. Ese lenguaje barriobajero («Cine de autoría enfermiza para consumo masturbatorio de un patético Juan Palomo supuestamente alternativo») y ese continuo ataque personal, como si Gallo le hubiese hecho algo al crítico, es ciertamente intolerable. Y podemos pensar que tras escribirlo y recibir palos de algunos colegas, Carlos F. Heredero se arrepintió y fundó el Caimán/Cahiers como penitencia, para dar paso a una «nueva crítica». Efectivamente, todos tenemos derecho a equivocarnos y no hay que estar recordando siempre los errores del pasado. El problema de Heredero es que parece que no aprende y en el último festival de Cannes dedicó esta cariñosa reseña al primer film como director de Ryan Gosling: «Dice explícitamente Ryan Gosling, al hablar de este su primer film como realizador, que la película es el regalo que le han hecho los directores con los que ha tenido oportunidad de trabajar anteriormente. Es una confesión que le honra, pero debería añadir que no solo los cineastas con los que ha trabajado, sino también aquellos otros a los que sin duda admira. El resultado, sin embargo, es un indigesto pastiche que se le atraganta a su director, y a los espectadores, casi de inmediato a base planos estrambóticos, iluminaciones turbias, atmósferas espesas, retorcimientos narrativos y mucho desequilibrio visual que ni se sostiene sobre nada ni tampoco llega a ninguna parte. La mala digestión del David Lynch de Mulholland Drive y del Nicolas Windign Refn de Solo Dios perdona produce un empacho que gira sobre sí mismo y que se hunde en propia y hueca artificiosidad. El crítico confiesa que solo pudo aguantar una hora de película y que se salió espantado de tanta pretenciosidad vacía, de tanta impotencia expresiva y de tanto préstamo tan mal tomado que casi todo parece plagio. ¿Qué pinta este engendro en un festival serio, si no es como anzuelo para colocar a Ryan Gosling en la alfombra roja y sostener así la cuota de glamour…?»

Puede que no haya tantos insultos personales como en el texto de Gallo, pero en fin, es lo último que esperas encontrarte por parte del director de la revista más importante (o una de las más importantes, para que no se enfaden mis lectores de Dirigido) de crítica en España. Ese orgullo final por haberse ido de la sala, como diciendo «chúpate esa, Ryan» es muy infantil y, por supuesto, lo último que te esperas de un crítico tan reputado y -si no me equivoco- profesor universitario. Y vale, la película de Gosling no tiene muy buena pinta. De hecho, el trailer da bastante miedo y recuerda a Nunca he estado en Poughkeepsie, de Àngel Sala. Pero el trabajo de la crítica de cine implica cierta elegancia, cierto respeto hacia los trabajos ajenos, no solo por decencia, sino también por humildad en el criterio. Un crítico debe defender con convicción sus opiniones, pero también saber que esa misma película que a él no le gusta nada, a otra persona, con sus propios criterios, le puede parecer fantástica. Y por eso mismo, en nuestras críticas negativas hay que dejar espacio, asimismo, para la disidencia.

Y como regalo final, otro documento sobre Carlos F. Heredero, una pequeña biografía que me ha pasado un lector, sacada de uno de sus libros, no recuerdo cuál, de cuando Heredero era el James Harden de la crítica española:

No hay pie de foto que le haga justicia. Lo siento.