sábado, 20 de abril de 2013

El País, sus fobias y las mías

¿Garrel? ¿Quién es ese?
Este fin de semana produce en España un acontecimiento bastante importante en lo que se refiere al mundo cinematográfico. Philippe Garrel estrena por primera vez una película en cines comerciales en España. Se acaban así casi veinte años de olvido, o de censura comercial, según lo quieran ver. El blog nace en cierta manera para celebrar la noticia, pero también para hablar un poco de la cobertura que ha tenido el estreno.

Porque esto sería un acontecimiento si España fuese un país normal. Pero como nuestro concepto de excepción cultural es programar ciclos de James Bond en filmotecas y hablar de las piernas de Marilyn Monroe, y encima hacerlo pasar por cinefilia hardcore, lo de Garrel se ha tomado con la apatía habitual con la que se recibe el cine que se escapa a esos cánones cinéfilos.

Especialmente grave es, una vez más, el caso de El País, anteriormente diario independiente, hoy global. Imagino que la noticia del estreno de un filme de Garrel hizo cundir el pánico en la sección de cultura, dirigida por Borja Hermoso y cuya imagen corporativa es Carlos Boyero, el ex-crítico de cine que ha utilizado las palabras «intelectual», «progresista» y «cultura» como insulto en varias de sus crónicas. Imagínense la situación: llega la noticia del estreno de una película de Garrel a El País. Pánico en la redacción. ¿Quién recibirá el castigo de escribir sobre ella? La escena sería similar a cuando en la escuela el profesor miraba la lista de alumnos para llamar a uno al encerado y acribillarlo a preguntas. Sudor frío.

Al final el encargado fue Javier Ocaña, muy capacitado para destrozar con un par de groseros guantazos toda película de autor que no sea vendible y exportable. Vean si no los bellos versos que le dedicó a Aleksandr Sokurov o la desarrollada y extensa crítica de 669 caracteres que realizó sobre (más bien contra) La vida sublime. Hace poco, en una entrevista para A Cuarta Parede, decía sin ningún rubor que a él el estilo Boyero no le iba. Podemos justificarlo en que realiza un trabajo automático y poco agradecido, y también en que el espacio que le dedica El País a la cultura dentro de poco solo va a dar para poner caritas sonrientes o tristes según la opinión que les merezca la película, pero masacrar de esa manera a una película sencilla y hecha entre amigos como La vida sublime me parece bastante injusto.

Yéndonos al caso que nos ocupa, el de Un été brûlant, la película que ha tenido el honor de estrenar la filmografía de Garrel en nuestros maltrechos cines comerciales, es conveniente comenzar comparándola con otra crítica que escribe Ocaña en la misma edición del diario. Se trata de The Hunt, la película de Thomas Vinterberg, director al que Ocaña se refiere como «siempre interesante», mientras que de las primeras películas de Garrel dice que eran «fascinantes o deplorables». Obviamente, esto es una opinión y me parece muy bien que tenga la suya, pero resulta curioso que un director como Vinterberg, cuya filmografía ha dado varios vuelcos, con cine dogma, cine de calidad europeo e incluso acercamientos al indie americano con estrellas, le parezca siempre interesante y un director como Garrel, de una coherencia total con una evolución muy clara desde sus inicios, a veces le fascine y otras le aborrezca. Yo creo (y esta es mi opinión) que Garrel es un director que puede gustar o no, pero es un cine que debería generar siempre una opinión similar, ya que su estilo, si bien no ha sido siempre el mismo, sí que parte de unas ideas muy claras respecto al cine que quiere hacer. Quizás a Ocaña precisamente le gusta que los directores hagan una película y a continuación otra que la contradiga por completo. Nada que objetar, claro.

Lo que sí me parece abiertamente discutible es la siguiente sentencia: «poco queda de aquella actitud posnouvelle vague: las secuencias que comienzan con un plano con los personajes ya inundados en lágrimas son el colmo de la preparación previa». Aquí reconozco que no sigo a Ocaña. No tengo claro a qué se refiere con posnouvelle vague. Sinceramente, si habla del propio Garrel, de Eustache o del grupo Zanzíbar, no creo que haya películas con más preparación previa que ellas. Lo mismo con los directores del grupo Diagonale (Vecchiali, Guiguet, Treilhou). Todos ellos trabajan sobre el artificio y la teatralidad. Puede que La maman et la putain o las películas de Garrel de los ochenta sí tuvieran una cierta noción de realismo, sobre todo en los escenarios, que eran los de sus propias vidas, pero la manera de acercarse a los sentimientos y de filmar los diálogos, tienen más que ver con lo poético, lo fantasmal e incluso lo onírico. O quizás el crítico se refiera a ese tópico de libro de historia del cine para niños que se refiere a la nouvelle vague como esa generación que sacó las cámaras a la calle y filmaba el mundo contemporáneo. Esto es verdad hasta cierto punto. Muchas películas canónicas de los directores franceses de la época hacen eso, pero siempre interviniendo ese realismo con ideas y citas literarias, teatrales e incluso cinematográficas que atentaban contra esa herencia neorrealista que tenían sus primeras películas. Sí, Godard y Truffaut filmaron las calles de París de manera directa, mostrando un ambiente más cercano a la realidad que los decorados de los films clásicos, pero apenas unos meses después, el director de A bout de souffle hizo Une femme est un femme, mezcla de slapstick y musical rodado en technicolor y en 2.35 como homenaje a las películas de Cukor, Donen o Minnelli. Ya no les hablo de Jacques Rivette. De esta mirada superficial sobre la nouvelle vague y el desprecio general del crítico español hacia ella, habrá que dedicarle un artículo aparte, ya que material hay para dar y tomar.

Es decir, que todas esas líneas que Ocaña utiliza para cargarse Un été brûlant nacen de una noción falsa acerca de lo que era la nouvelle vague y lo que vino después. Lo del «plano con los personajes ya inundados en lágrimas» supongo que lo dice porque no ha visto Vivre sa vie, también de Godard y también canónica. O La maman et la putain. O muchas otras películas representativas de esa época y de esa manera de hacer cine. La imagen de una mujer llorando, sin una razón aparentemente dramática o narrativa, es una situación muy común. Supongo que Ocaña se refiere a que Garrel lo hace mal, pero es que tampoco dice eso. Porque si lo dijera tendría que explicar porqué lo hace mal. ¿Y para qué va a explicar cosas un crítico cuando puede sentenciar a muerte la película?

Las últimas líneas de la crítica simplemente reflejan la impotencia del crítico ante una película que le supera, hablando de las supuestas críticas que hace Garrel a la política de su país y a la producción cinematográfica. Por supuesto, ni una línea sobre que esta fue la última película que Garrel rodó con su padre (Maurice Garrel murió en junio de 2011, antes de ver terminada la película), a quien había convertido en un personaje de su cine, o bien al revés, había utilizado el cine para expresar la relación que tenía con él. Su última aparición es hermosa y llena de significado: un plano contraplano entre Maurice y Louis Garrel, padre e hijo del director, que durante la escena seguramente estaba en medio de ambos, formando una curiosa cadena de transmisión.

Nada de esto parece interesarle a Ocaña (aunque podemos disculparle una vez más por la falta de espacio y -seguramente- de tiempo), que ya en el primer párrafo habla de Garrel como experimentalista y underground, quizás poniendo sobre aviso al lector habitual de su periódico, acostumbrado a los eructos del crítico estrella Boyero. En mi opinión, un crítico, y más aún el de un periódico (ya que será leído por un público no necesariamente cinéfilo) debe dar su opinión sobre el filme, pero al mismo tiempo desarrollar una serie de ideas que permitan al espectador generar su propia opinión, que debería poder ser contraria a la del crítico.

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«Cada vez que escucho la palabra cultura»
Relacionado con lo anterior, esta semana nos enterábamos de la triste noticia del cierre (o decadencia final, más bien) de Alta Films, dedicada a la exhibición y producción de cine de autor, precisamente la distribuidora de la película de Garrel. Antes de pasar a analizarlo, todo mi apoyo para todas las personas que se quedan sin trabajo, entre los que por supuesto no se encuentra el máximo responsable de la empresa, Enrique González-Macho, más conocido últimamente por ser el presidente de la Academia, que ha conseguido que el PP le haga una terrible Ley Antidescargas que amenaza con convertir en un solar años y años de esfuerzo colectivo por recopilar un cine que a ningún distribuidor jamás se le pasó por la cabeza estrenar.

Empezaré diciendo que la noticia no se puede llamar noticia. En twitter, Toni García Ramón (El País) estaba orgullosísimo de que su jefe, Borja Hermoso, diera la exclusiva. Yo le contesté con humor (quizás demasiado venenoso) y él me llamó troll. Luego se dedicó a seguir insultándome sin citarme (un clásico). Es muy de periodista con actividad en twitter. Si no me dan la razón, me encierro alrededor de mi grupillo de incondicionales y empiezo a soltar consignas violentas. Hice una instántanea de mis cinco minutos de gloria. Luego la conversación ha seguido con momentos agrios, cuando había empezado (pensaba yo) de manera divertida

Lo que yo trataba de explicarle al periodista de El País era que cómo es posible que el periodismo cultural intente vivir de conseguir exclusivas. Esa competición por ser el primero en descubrir o ver algo me parece algo totalmente ajeno a la cultura. Tiene más que ver con el mercado, la publicidad y todas esas cosas. No sé si esta búsqueda de exclusivas va a consistir en ver al jefe de la sección cultural de El País buscando en la basura de la gente del cine. No hay que olvidar que tanto Hermoso como Boyero, vienen de la escuela de Pedro J. Ramírez, y al igual que su maestro tienen esa vocación sensacionalista y lenguaje más bien soez. Todo viene, claro, del periodismo deportivo (o futbolístico) donde también hay ese frenesí fatal por conseguir exclusivas cueste lo que cueste, tengan interés o no.

Pero bueno, aceptaré que Hermoso consiguió la exclusiva. El problema es que luego leí el artículo surgido de esa gran investigación periodística y era difícil saber cuál era esa famosa exclusiva. Realmente el artículo era una entrevista a González-Macho en la que hablaba de la lenta decadencia de su negocio. Un paso más, pues su delicada situación ya era conocida y hace un año ya había cerrado unos cines en Zaragoza y Palma. También asegura que aunque cierre las oficinas, mantendrá abiertas unas salas. Al presidente de la Academia del Cine le honra decir que quiere acabar con el negocio dignamente, con todo el mundo cobrando su indemnización. También, aunque parezca sorprendente, no cita a la piratería y al malvado espectador ausente como causantes de la debacle, sino a la mala gestión del gobierno. Algo en lo que estoy de acuerdo con él, aunque imagino que su solución y la mia distan mucho de ser similares. La sensación que tiene uno al leer el artículo es que es una llamada de ayuda de González-Macho para sacar adelante su negocio.

Sobre Alta Films, me es muy difícil opinar, ya que yo soy de un pueblo y su trabajo apenas ha llegado. Como suele ser habitual, es algo que prácticamente se limita a Barcelona y a Madrid, y como todo el mundo de la cultura es endogámico, lo han convertido en un drama nacional. Si uno ve sus estrenos del último medio año (Trueba, Soderbergh, Loach, Anderson, Castellito) sólo puedo decir que se dedicaban a un cine de autor muy determinado, con claras ambiciones culturales y con un riesgo bastante limitado, aunque esto es España y con educadores culturales como Boyero o Hermoso todo lo que huela a cine de autor, aunque sea abiertamente comercial, es susceptible de fracasar. Pero en fin, lo que quiero decir con todo esto es que Alta Films tampoco era el santo grial, ni ofrecía una oferta de cine de autor variada. De hecho, la mayor variación a su catálogo ha sido precisamente la película de Philippe Garrel, estrenada con año y medio de retraso, pese a que en ella hay un desnudo integral de Monica Bellucci. Si no puedes vender eso en un país donde hace unas décadas se cruzaba la frontera para ir a ver a Marlon Brando untándole el culo con mantequilla a Maria Schneider es que es claramente un problema de marketing de la propia empresa.

Todo esto nos lleva al problema de fondo, que es la falta de una política cultural en lo que se refiere al cine. El cine que no viene de Hollywood, o que no se parece a este, ya es considerado como sospechoso. Tengo amigos que me dicen lo contrario, que hay gente que mira al cine de Hollywood con desprecio. Pero sinceramente, si alguien piensa que el número de gente que cree una cosa y los que creen la otra se acercan relativamente es que vive en un mundo de dibujos animados creado por él mismo. Que sí, que pensar tanto una cosa como la otra está mal, pero aquí hablo del impacto que tiene esto en la sociedad, y en ese sentido está claro que los primeros ganan por goleada. La última ocurrencia es que los festivales y las filmotecas deben tener cine comercial porque es tan creativo como cualquier película de autor. A la aseveración seguramente no le falta razón, hay películas comerciales que me gustan mucho y que disfruto mucho más que la mayoría de aberraciones de autor que pueblan los festivales. El problema es que las filmotecas son un espacio creado precisamente para que obras que no pueden competir en un mercado abierto con las grandes producciones de Hollywood tengan visibilidad. Una visibilidad muy limitada ya que el Estado tampoco puede luchar contra el aparato publicitario de los grandes estudios. Pero si tú dedicas parte de la programación de tu centro de arte, filmoteca o lo que sea a exhibir cine comercial que se puede ver en alta definición o incluso en cine en centros comerciales, le estás quitando posibilidades a otro cine que necesita de esos espacios para sobrevivir. 

Bueno, como El País había dado la exclusiva, quizás sus más activos tuiteros del área cultural sintieron la necesidad de comentar la noticia. Ya hablé arriba de Toni García Ramón, que se dedicó más bien al corporativismo y lanzó algún cuestionamiento acerca del por qué de las razones del cierre (del futuro cierre) de Alta Films. Mucho más activo fue Jordi Costa, que con su énfasis habitual hablaba del apocalipsis. Aquí, aquí y, mi favorita, aq, además de muchas e interminables discusiones de twitter que, como dije en el post anterior no terminan en ninguna parte. Vean que en los tres tuits anteriores, Jordi Costa echa la culpa a la gente, a los demás. Evidentemente, que El País, el periódico más leído de España, haya despreciado sistemáticamente el cine de autor, digamos, minoritario no tiene nada que ver. Un periódico, a pesar de ser leído diariamente por cientos de miles de personas (en internet por millones) eso no afecta nada en los hábitos de consumo. Jordi Costa podrá decir en su defensa que sí, que él es independiente, y es capaz de defender el más grande de los blockbusters como la más difícil de las películas de autor. Supongo que sus compañeros de redacción no piensan igual y Jordi Costa permanece callado ante el atropello constante que sufre determinado cine todos los fines de semana. Siempre que hay que defender el blockbuster más gigantesco de Hollywood, sí, ahí está Jordi Costa. Al revés, pues muy de cuando en cuando.

Mi opinión, quizás exagerada, es que los medios de comunicación generalistas son los principales culpables de esta crisis del cine de autor. Incapaces de defender algo tan simple como la excepción cultural. Incapaces de dar pistas al espectador para descubrir otro tipo de cine, sino masacrándolas a base de opinión y enfrentándolas sin ningún miramiento al cine de Hollywood, apoyado por una maquinaria comercial de la que El País ya forma parte. Uno de mis momentos favoritos de la extrema decadencia de la sección cultural de este periódico fue cuando se estrenó Uncle Boonmee who can recall his past lives, película que llegó a España por ganar la Palma de Oro en Cannes y por tener un productor español. El antiguo diario independiente de la mañana ya había destrozado a la película en su paso por el festival de Cannes, así que quizás ahora era momento de dar una visión diferente, ¿no? Bueno, a medias, ya que recurrieron al famoso a favor o en contra. La crítica a favor es de Gregorio Belinchón y el comentario negativo de ese intrépido cazador de exclusivas llamado Borja Hermoso. Lean las dos críticas y noten la diferencia de tono. Mientras Belinchón prácticamente pide disculpas porque le haya gustado, su jefe atiza no sólo a la película a base de exabruptos, sino también a todos aquellos a los que les gusta. Las dos últimas líneas, haciéndose el loco, no tienen desperdicio. No sé qué necesidad había de crear esta polémica, ni por qué no se hace más a menudo en el periódico. Bueno, a mi hasta me sorprende que Belinchón haya conseguido meter su crítica a favor.

Inolvidable fue el análisis del palmarés del festival de Venecia de 2011, donde Toni García Ramón se inventaba un mundo personal donde todo sucedía como él quería. Según él (aunque lo hiciera extensible a «todo el mundo»), el jurado había cometido el gran error de darle el premio a una película pequeña y sin posibilidades de tener una carrera comercial en lugar de dárselo a una película comercial con rasgos autorales. Aquí el crítico adoptaba sin ningún miramiento el propio pensamiento de mercado. En lugar de decir que quizás una película como Faust (la película de Sokurov que ganó el León de Oro) podría interesar a alguna distribuidora, el propio crítico, el periodista cultural, ya la condenaba al ostracismo. Pese a los enormes esfuerzos de Toni García por impedirlo, la película de Sokurov consiguió estrenarse, aunque a Javier Ocaña no le hiciera mucha gracia, como ya vimos antes.

Me estoy yendo un poco por las ramas, esto daba para un post más largo y exclusivo sobre este tema. Lo que quería decir (y ya lo llevo adelantando en todo el post) es que a mi modo de ver un periódico debe ser lo suficientemente ecléctico para saber explicar, hacer ver, al espectador diferentes tipos de cine. Saber explicárselo. Como dice Ocaña en la entrevista de A Cuarta Parede, «un mediador entre un grupo de personas que han creado un producto, más comercial o más artístico, y otra gente que lee un periódico buscando qué ver el fin de semana». Supongo que en casos como el de Garrel o el de Sokurov, lo que hay entre el producto y el espectador es un muro, o un pelotón de fusilamiento. Si juntamos a todos los periodistas que han escrito sobre cine en El País (haciendo recuento, quizás me dejo alguno: Carlos Boyero, Borja Hermoso, Elsa Fernández-Santos, Javier Ocaña, Jordi Costa, Gregorio Belinchón, Toni García Ramón e incluso Diego Galán) no encontraron a nadie no ya que defendiera la película de Garrel, sino que simplemente hiciera un texto genérico sobre lo que podría tener de interesante .

Ahora bien, podemos coger todas las críticas positivas que El País ha hecho de pequeñas películas de cine de autor y decir que todo lo que digo en estas líneas me lo estoy inventando. Que El País solo da su opinión y que a veces es positiva y a veces negativa. Y que Alta Films cierra por la piratería, por el gobierno, por las televisiones y que los medios de comunicación no tienen nada que ver en los hábitos de consumo del espectador. Tienen tan poco sentido de culpa que hasta Boyero se permite llorar la (futura) muerte de Alta Films. Vean la undécima pregunta. ¡Enrique, mi amigo Enrique, a quien tantas veces le destrocé sus películas! Sí, ya sé, Boyero sólo da su opinión. Tiene una personalidad tan grande, tan incontrolable, tan independiente, que hace lo que le da la gana. Y si pides (sin exigir, eh) una mayor responsabilidad del crítico como mediador, como pasante (pido perdón por citar a Daney), entonces eres un censor. Ellos nada. Ellos se piensan que después de que los principales periódicos de España masacren en bloque una película en un festival, va a venir un distribuidor a comprarla para estrenarla al día siguiente. Y a veces lo han hecho, como en el caso de Garrel. La respuesta de El País a este desafío ya la tienen al principio de esta entrada.

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El triplete tendrá que esperar
Anteayer se presentaron las secciones oficiales del Festival de Cine de Cannes. Desde hace días ya se venía anunciando el evento y como suele ser habitual muchos medios picaron el anzuelo, vendiendo el simple anuncio de las películas programadas como un acontecimiento mundial.

Lo más curioso es que pese a la antelación con la que lo vendieron y la expectación que se creó ante algo tan burdo, la presentación fue de un cutrerío considerable, con Thierry Frémaux con sus exageradas gesticulaciones de siempre y el imprescindible Gilles Jacob, que hizo poco más que figurar, sentados en una mesa y sobre un fondo blanco. Todo parecía improvisado y digno de un festival de pueblo. O de los Goya. Y muy lejos de lo que se podría esperar del que se considera el mejor festival del mundo, pese a que lleva años en franca decadencia y sobrevive gracias a generar expectación (como este caso) y convertir en producto enlatado todo lo que pasa por la alfombra roja.

La selección fue imprevisible. Imprevisible para mal, ya que seguramente pocos se esperaban una selección tan conservadora, incapaz de señalar algún nombre nuevo o una película que a priori pueda resultar una diferencia respecto a lo que se espera de una sección oficial de un festival de cine. Esto a priori, luego nada impide que François Ozon, Alexander Payne o Jia Zhang-ke den un vuelco a sus carreras y hagan realmente algo fuera de lo esperado. Pero la sensación general es poco atractiva. Y es una selección poco variada. De las diecinueve seleccionadas a concurso, once son francesas o estadounidenses. Entre los franceses no está Godard y entre los americanos no está Jarmusch, dos a los que se les esperaba y con muchas ganas. Cuando se supo que Spielberg sería el presidente del jurado, varios defensores del cineasta aventuraban (sin nada que apoyase esa manera de pensar, claro) un gran momento de la historia de Cannes, con Spielberg dándole la Palma de Oro a Godard. Esa escena, más cercana a la ciencia ficción que a la realidad, ya no se podrá dar. Nos tendremos que conformar con que premie a Sorrentino o Kechiche.

Otro detalle curioso, o más bien problemático, es la poca presencia de directoras en la sección oficial.. La pasada edición ya hubo polémica porque se achacó la ausencia de mujeres cineastas en la sección oficial al número muy limitado de mujeres dentro del comité de selección. Evidentemente Frémaux echó balones fuera y dijo que era una situación puramente circunstancial. Este año casi se ha vuelto a repetir, Valeria Bruni Tedeschi está sola en una selección de hombres. Con el agravante de que en Un Certain Regard (UCR) aparecen películas de Claire Denis, Sofia Coppola y Rebecca Zlotowski. Podemos considerar a la última una recién llegada (su ópera prima me parece excepcional), pero las dos primeras son grandes estrellas del circuito de festivales y es normal preguntarse cómo es posible que en una sección oficial donde hay sitio para directores tan discutibles como Amat Escalante o Paolo Sorrentino, no hay lugar ni para Denis ni para Coppola. No es defendible ni desde el punto de vista de marketing.

Tras cometer el error de seguir el acontecimiento en directo (ya ven, fui víctima del hype) y de atender al hashtag #cannes2013 en twitter, pude notar el éxtasis de mucha prensa especializada (no solo española) ante la selección de las películas de los hermanos Coen o de Alexander Payne. No solo no comparto esa emoción, sino que no puedo entender por qué la prensa oficial se pone tan feliz al encontrar películas así en un festival. El trabajo de los certámenes es dar a conocer cine que es difícil ver por otros métodos. Lo único que provoca la presencia de los Coen en Cannes es que el crítico de turno se la vea unas semanas antes del pase de prensa en España. ¿Es eso tan importante? Parece que sí, por todo el tema antes tratado de que el nuevo periodista cultural busca exclusivas, busca vender noticias y qué mejor que ser el primero del mundo mundial en ver la última película de Alexander Payne y hablar de ella. Puedo entender (más o menos) la excitación ante la selección del filme de James Gray. No formo parte de la corriente que quiere convertir a Gray en el autor americano definitivo, pero sí que me parece un director muy interesante, que puede gustar a diferentes tipos de públicos y que por extrañas razones que se escapan al sentido común, tiene unos horribles problemas para estrenar comercialmente sus películas en España.

En fin, aún queda la selección de la Quincena de los Realizadores (QR), hace unos años la sección más viva y arriesgada del certamen (con razón ninguno de los medios generalistas españoles se acercaba) y que en las últimas ediciones perdió parte de su pujanza con un cambio de dirección tras la marcha de Olivier Père. La gestión de su sucesor, Frédéric Boyer, fue tan desastrosa que ha durado solo dos años. El nuevo encargado es Édouard Waintrop y veremos si es capaz de recuperar el esplendor perdido.

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Volviendo a Garrel, si suelo decir que todavía merece la pena leer un periódico como El País, es principalmente por su falta de competencia. En el ABC no hay crítica y en El Mundo ya ni la enumeran entre los estrenos del fin de semana. En el imperio de Pedro Jota hay que irse a El cultural, donde Carlos Reviriego realiza un texto transversal que va de Garrel a Valérie Massadian, donde, bajo mi punto de vista, hace una buena introducción a la película y luego no se mete en muchos fregados valorativos. Queda La Razón, donde tras navegar durante varios minutos en su caótica página web, uno puede llegar a la reseña de Sergi Sánchez, escueta, pero donde hay un esfuerzo por explicar quién es Garrel más allá de los tópicos y por qué hace la película, sin elucubrar ni sobreinterpretar. Que el espectador ponga el resto.

Por la reseña de La Vanguardia da la sensación de que la película la emiten por televisión, ya que tiene prácticamente el mismo formato. Aquí el problema no es del crítico, sino de cómo los periódicos van arrinconando poco a poco la cultura, sustituyendo la reflexión por la anécdota. Aún así, el texto es lo suficientemente abierto como para invitar al espectador a ver la película. Que en el fondo es lo que debe ser una crítica.

Adrian Martin se extiende sobre Un été brûlant en un texto muy interesante. Reconozco que el estilo de este crítico no es de los que más me gustan (quizás se merezca una entrada en el futuro), pero sus miradas sobre Garrel siempre merecen la pena. Y en un acercamiento muy original, que he recordado por casualidad, Pablo García Canga habla de Moretti y de bailes. Cita Un été brûlant y se refiere a Louis Garrel como el hombre que nunca baila. Me gusta el punto ocho, aunque por otros motivos que no vienen al caso.

Justo cuando iba a cerrar este post, me llega gracias a Raúl Pedraz otra pieza «imprescindible» sobre la última película de Philippe Garrel. Se trata de la reseña de On Madrid, una guía de ocio que solo se edita en la capital y que nació con vocación de tener «un espíritu urbano, moderno y desenfadado». Desgraciadamente no puedo hacer una valoración general de la publicación porque no soy de Madrid, aunque tiene pinta de contener más información práctica que crítica. Pero aún así, como en España se lleva mucho el dirigismo cultural, siempre tiene que haber un crítico, aunque sea para poner estrellitas, o un a favor y en contra. Al igual que la reseña de La Vanguardia, el texto de David Bernal tiene el tamaño de un par de tuits. Ya saben que lo importante es decirle al espectador qué debe ver y qué no. Aún así, en tan poco espacio, le da tiempo a soltar un montón de prejuicios. Fíjense en cómo utiliza cahieristas o «lo francés» prácticamente como un insulto. Ese final «no tienen que preocuparse por pagar las facturas» parece salido de un artículo incendiario de Jimenez Losantos contra titiretos, nacionalistas u otro de los objetivos habituales del conocido periodista. Ese odio hacia lo intelectual, muy español, debe venir de Millán Astray, aunque luego todos somos muy modernos (y urbanos y desenfadados). Respecto a los apartados ON y OFF, nada más verlo me recordó al método que utilizan revistas de otro género bien diferente. O quizás no sean tan diferentes, todo depende de lo que entendamos por moderno.

En fin, que si se ha tragado todo el rollo, debería al menos tener ganas de ver la película de Garrel. Quizás le pase como a mi y no viva en Madrid o Barcelona, ni en ninguna ciudad que pueda soñar con ver alguna vez (doblada, claro) Un été brûlant en cines. Como ya tiene su tiempo, la película se puede descargar. Pero también, por lo que cuesta una copa o dos (dependiendo de la calidad del alcohol y del lugar) se puede comprar en Amazon. Viene sin subtítulos, pero una vez hecha la buena acción ya nadie le echará en cara que se la baje.


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Ha sido una semana feliz de estrenos, porque además de la gran película de Garrel se han estrenado Nana de Valérie Massadian y Promised Land de Gus Van Sant. Sobre esta última, Boyero aprovecha para soltar un montón de bilis en formato video, no sobre la película, sino sobre la gente que no piensa como él. Según la pérfida mente de este hombre, la crítica más sesuda que convirtió a Van Sant en un dios anda cabreada por su regreso comercial. Yo no creo que sea así, sino que hay un poco de todo. A mi es una película que me gusta mucho, hasta he escrito algo sobre ella en la revista Transit (autopromoción) y tengo en muy alta estima tanto el cine más industrial de Van Sant como el más radical. Eso no cabe en la cabeza de Boyero, donde siempre hay conspiraciones, doble moral y gente que atenta contra el orden natural de las cosas.

 Muy buena entrevista en Detour a Valérie Massadian. Firma Óscar Brox. Personalmente me encantan esas entrevistas editadas temáticamente, huyendo del clásico esquema de conversación. Otra entrevista (con una curiosa sesión de fotos) aquí.

El domingo tendrá su estreno online en filmin Los ilusos de Jonás Trueba. Su primera película, pese a interesarme en algunos aspectos, no me gustó. De hecho escribí un comentario bastante negativo del que no estoy muy orgulloso, no porque haya cambiado de opinión, sino por la vehemencia y ciertos comentarios despreciativos que realizo. Como ven, a veces yo también he sido víctima de lo que critico (ya en el primer post anunciaba que era una tentación) y en mi disculpa sólo puedo decir que aquel texto era una crónica de un festival, donde es fácil dejarse llevar por las pasiones. Eso sí, a pesar del tono creo que le dedico un espacio suficiente y desarrollo bastante los argumentos. Aún así, tengo ganas de ver su nuevo trabajo. De momento no hay muchas críticas online (y eso que ya se estrenó en Madrid). Gonzalo de Pedro escribe sobre ella en Sensacine.

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El crítico sevillano Santiago Gallego estrena blog de cine, que a poco que lo llene de contenido se terminará convirtiendo en uno de los imprescindibles de la blogosfera cinematográfica española. Eso sí, en su primera entrada, dedicada a Like Someone in Love, no puedo estar más en desacuerdo con él. Hay una línea que explica a la perfección mi disconformidad con él: «la menor tentación de ceder a la explotación del morbo fácil». No solo creo que cae en ese error, sino que lo explota de una manera salvaje. Es una película de frialdad austriaca, de mirada distanciada. Hay dos escenas especialmente repulsivas. La primera, cuando la protagonista en el taxi deja abandonada a su abuela en la estación (y Kiarostami filma a la señora desorientada, desvalida) y luego muestra a la chica pintándose los labios, ante la mirada severa del taxista, que se da cuenta de lo que ha hecho. La segunda es cuando quiere señalar la depravación del anciano, mostrándolo cómo mira a la chica desnudándose. El director iraní filma de frente al señor y justo detrás suyo aparece el reflejo de la silueta de la actriz, borrosa, en la pantalla del televisor. Creo que lo más consecuente es que Kiarostami hubiese filmado a la actriz desnudándose directamente o bien no hubiese puesto el reflejo. Opta por esa situación intermedia, morbosa y sensacionalista.

Por lo demás, Kiarostami sigue teniendo una estética poderosa y seductora, pero sepultada por sus ambiciones de gran demiurgo (ese plano final efectista), algo que, al menos por lo que conozco, nunca había tenido el maestro iraní. Un director claramente en crisis. 

De todas formas, no les recomiendo que se guíen por mi opinión, sino que formen la suya propia viendo la película en filmin. Estará online hasta el día 22 de abril. Supongo que tras el atrevimiento de estrenarla online, ya nadie se molestará en llevarla a las salas. En Francia ya ha salido en DVD y se puede comprar en Amazon.

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Hace ya un par de años que dejé de comprar la revista Caimán. De hecho, cuando dejé de hacerlo, todavía se llamaba Cahiers du Cinema España. Ahora, su director, Carlos F. Heredero, anuncia que la revista saldrá en formato digital, así que es posible que vuelva a suscribirme. Y por supuesto habrá muchos materiales susceptibles de ser incluidos en este blog. No sé si Dirigido piensa hacer lo mismo. Ojalá.






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Tras un largo proceso, por fin está disponible el pack con las obras completas de Pere Portabella. Edita Intermedio. La ausencia de los habituales extras de las ediciones de Intermedio (ni textos ni entrevistas) se compensa con el hecho de que son siete DVDs a un precio bastante ajustado.

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