martes, 16 de septiembre de 2014

Diez años después

Diez años y todavía no se ha hecho justicia
Hace unas semanas, leía en la web Grantland un artículo que celebraba los diez años del estreno en EEUU de The Brown Bunny, la (al menos para mi) obra maestra de Vincent Gallo. El texto no solo se centra en aspectos de la película, sino también en lo que suscitó más polémica en su momento: el enfrentamiento entre el director y la mayor parte de los críticos que la vieron -y vapulearon- en el Festival de Cine de Cannes de 2003, a la cabeza de los cuales se encontraba el excesivamente mitificado (y recientemente fallecido) Roger Ebert. El famoso crítico del Chicago Sun-Times la llamó «la peor película proyectada jamás en Cannes», pero más adelante, tras ver una nueva versión a propósito del estreno en salas, rectificó. A su manera, porque decía que el remontaje le había sentado muy bien, a lo que Gallo respondió que era imposible que una película que era la peor de toda la historia del festival de Cannes, pasase, tras recortarle veinte minutos, a ser buena.

Para mi The Brown Bunny no es solo buena. Es una obra maestra. Una película de sentimientos a flor de piel, desprovista de todo artificio (únicamente una prótesis de plástico) y donde acompañamos de manera casi obsesiva al protagonista en su via crucis emocional. Gallo no quiso hacer elipsis, sino mostrar a través del paso del tiempo la crisis personal de su protagonista que, proyectada sobre el paisaje (un inacabable desierto solo interrumpido por la línea de la carretera) parecía apelar al sentimiento hacia un país, hacia una historia. Gallo, que había debutado como actor en Doc's Kingdom de Robert Kramer, en la que interpretaba al hijo del protagonista (un alter ego del propio director, exiliado en Portugal) parecía seguir los pasos del Kramer posterior, construyendo su propia Route One, un viaje lento y terrible por una América destartalada y herida emocionalmente. Pero tampoco hace falta irse tan lejos en interpretaciones, The Brown Bunny es una película muy sencilla, sobre un hombre que solo es capaz de amar haciendo daño, y que tras caer lo más bajo posible, vive solo para el arrepentimiento, incapaz de superarlo.

Dejando de lado la película (una de mis favoritas de todos los tiempos) y volviendo a la polémica, el caso de Ebert no fue único. Entre nuestra élite crítica, el film fue igualmente vapuleado. Vamos a pasar de Boyeros y Otis, porque lo que pueden decir de una película como esta es absolutamente intrascendente. Vamos a centrarnos en otro crítico, uno que, nada más leer el artículo de Grantland me vino inmediatamente a la cabeza, ya que su reacción al trabajo de Gallo fue tan violento y furibundo que es difícil de olvidar:

«Después de la esperanzadora rareza que supuso Buffalo 66, Vincent Gallo se escribe, se retrata, se encuadra y se dirige a sí mismo, a lomos de una Honda 77, en una especie de home-road movie narcisista y autoindulgente que no lleva a ninguna parte y cuya verdadera entidad no supera la de un súper 8 adrenalínico propio de los delirios lisérgicos de los años sesenta o primeros setenta. Tan enamorado de sí mismo y de la mitad de su rostro (presencia obsesiva en la pantalla) como de su propio pene (objeto de felación a cargo de Chloe Sevigny, en primer y detalladísimo plano al final del relato), el actor entregó la obra más egocéntrica y más banal de todo el certamen. Cine de autoría enfermiza para consumo masturbatorio de un patético Juan Palomo supuestamente alternativo, pero sin nada que decir ni que contar, más allá del viaje hacia la nada, tuvo la virtud de convertirse en la película peor calificada por los paneles de la crítica en toda la historia del festival (por debajo, incluso, del Asesinos de Kassovitz) y solo concitó la perplejidad que provocaba el desvarío -ciertamente audaz- que suponía su inclusión en la sección oficial y competitiva del certamen»

Y ahora, muchos amigos lectores se preguntarán, ¿quién escribió semejante burrada? ¿Cuál de los sospechosos habituales de este blog fue capaz de juntar estas letras para humillar de manera cobarde el trabajo de un director? No son Toni García Ramón o Gregorio Belinchón, que de aquellas no trabajaban aún en El País y seguramente estaban en su casa devorando series norteamericanas (aunque en 2003 aún no era trendy, así que a saber). El autor es ni más ni menos que Carlos F. Heredero, el flamante director de Caimán Cuadernos de Cine, antiguamente llamada Cahiers du Cinéma España. El texto, sin embargo, pertenece a su etapa como redactor de Dirigido por..., al número 324 de junio de 2003 (aquí una digitalización de esa página). Aparecía este suelto de Gallo en una crónica dedicada al festival de Cannes, donde también se decían disparates como que Dogville (sí, la de Lars Von Trier) era «sin duda, la única película del festival capaz de plantear nuevos retos al cine contemporáneo». Sí, Dogville, la película con los escenarios hechos a tiza. Sí que debió plantear un reto importante que no dejó una sola heredera, ni siquiera Von Trier fue capaz de terminar la trilogía prometida.

Vincent Gallo tras enterarse de que Heredero le llamó «patético Juan Palomo supuestamente alternativo»
Pero voy a dejar de lado opiniones y gustos personales, porque al fin y al cabo, lo que Heredero escribe sobre The Brown Bunny estaría igual de mal si la damnificada fuese Dogville. Ese lenguaje barriobajero («Cine de autoría enfermiza para consumo masturbatorio de un patético Juan Palomo supuestamente alternativo») y ese continuo ataque personal, como si Gallo le hubiese hecho algo al crítico, es ciertamente intolerable. Y podemos pensar que tras escribirlo y recibir palos de algunos colegas, Carlos F. Heredero se arrepintió y fundó el Caimán/Cahiers como penitencia, para dar paso a una «nueva crítica». Efectivamente, todos tenemos derecho a equivocarnos y no hay que estar recordando siempre los errores del pasado. El problema de Heredero es que parece que no aprende y en el último festival de Cannes dedicó esta cariñosa reseña al primer film como director de Ryan Gosling: «Dice explícitamente Ryan Gosling, al hablar de este su primer film como realizador, que la película es el regalo que le han hecho los directores con los que ha tenido oportunidad de trabajar anteriormente. Es una confesión que le honra, pero debería añadir que no solo los cineastas con los que ha trabajado, sino también aquellos otros a los que sin duda admira. El resultado, sin embargo, es un indigesto pastiche que se le atraganta a su director, y a los espectadores, casi de inmediato a base planos estrambóticos, iluminaciones turbias, atmósferas espesas, retorcimientos narrativos y mucho desequilibrio visual que ni se sostiene sobre nada ni tampoco llega a ninguna parte. La mala digestión del David Lynch de Mulholland Drive y del Nicolas Windign Refn de Solo Dios perdona produce un empacho que gira sobre sí mismo y que se hunde en propia y hueca artificiosidad. El crítico confiesa que solo pudo aguantar una hora de película y que se salió espantado de tanta pretenciosidad vacía, de tanta impotencia expresiva y de tanto préstamo tan mal tomado que casi todo parece plagio. ¿Qué pinta este engendro en un festival serio, si no es como anzuelo para colocar a Ryan Gosling en la alfombra roja y sostener así la cuota de glamour…?»

Puede que no haya tantos insultos personales como en el texto de Gallo, pero en fin, es lo último que esperas encontrarte por parte del director de la revista más importante (o una de las más importantes, para que no se enfaden mis lectores de Dirigido) de crítica en España. Ese orgullo final por haberse ido de la sala, como diciendo «chúpate esa, Ryan» es muy infantil y, por supuesto, lo último que te esperas de un crítico tan reputado y -si no me equivoco- profesor universitario. Y vale, la película de Gosling no tiene muy buena pinta. De hecho, el trailer da bastante miedo y recuerda a Nunca he estado en Poughkeepsie, de Àngel Sala. Pero el trabajo de la crítica de cine implica cierta elegancia, cierto respeto hacia los trabajos ajenos, no solo por decencia, sino también por humildad en el criterio. Un crítico debe defender con convicción sus opiniones, pero también saber que esa misma película que a él no le gusta nada, a otra persona, con sus propios criterios, le puede parecer fantástica. Y por eso mismo, en nuestras críticas negativas hay que dejar espacio, asimismo, para la disidencia.

Y como regalo final, otro documento sobre Carlos F. Heredero, una pequeña biografía que me ha pasado un lector, sacada de uno de sus libros, no recuerdo cuál, de cuando Heredero era el James Harden de la crítica española:

No hay pie de foto que le haga justicia. Lo siento.

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