lunes, 22 de junio de 2015

¡Bienvenido Mister Marshall!


Especializados en cine halternatibo
Entro en twitter tras una mañana complicada y me encuentro con una captura de una entrevista, con una pregunta sobre la dificultad de estrenar "cine experimental" (ejem) como Under the Skin o las de Quentin Dupieux. Como cinéfilo, uno de mis caballos de batalla ha sido siempre tratar de darle un sentido al vocabulario que utilizamos, expresarnos bien, manejar conceptos claros y saber transmitirlos bien. Muchas veces me encuentro con críticos que no tienen claro lo que es un plano secuencia o la diferencia entre una película en digital y una en 35 milímetros. Y que tampoco tienen muy claro lo que es el cine de la nouvelle vague o las etapas del cine japonés. El problema no es que no lo sepan (nadie tiene la obligación de saber nada), sino que transmiten datos (que no opiniones) erróneos contribuyendo a la ignorancia. El concepto "cine experimental" es algo que me pone bastante de los nervios, porque "cine experimental" no es "cualquier cosa rara difícil de entender". Cine experimental tiene unas connotaciones históricas, remite a un tipo de creación cinematográfica muy particular. Tampoco es que sea un concepto cerrado que no admita discusión, pero la ligereza con la que se utiliza llega a ser irritante. Malick no es cine experimental. Harmony Korine no es cine experimental. Mad Max no es cine experimental. Y, por supuesto, el mendrugo ese con Scarlett Johansson haciendo el idiota no es cine experimental. De Quentin Dupieux ya no digo nada porque considero que ni es cine experimental ni de ningún otro tipo.

Después me dicen que esa cita pertenece a una larga entrevista de Jot Down Magazine a Jaume Ripoll, uno de los responsables de filmin, la plataforma de cine en streaming más famosa de España, subisidiaria de Cameo. La verdad, es que sabiendo que era de Jot Down ya debería haberlo comprendido todo, porque se trata de uno de los medios más infames que ha dado España desde la llegada de la democracia (no vamos a remontarnos antes en el tiempo por respeto y cierto desconocimiento) y encima ha sido inspiración para muchas otras revistas, igual de malas o peores. Jot Down es la hipsterización de la cultura a todos sus niveles. Coger algo que pertenece a los poderes tradiciones y disfrazarlo de algo alternativo, trendy o con mucha más relevancia de la que realmente tiene. No crean contenido ni reivindican nada, simplemente regurgitan todo lo que ya era dominante para que lo siga siendo. Respecto a filmin, yo es una plataforma a la que respeto hasta cierto punto, porque el trabajo que hacen está bien. Han recibido muchos ataques, han sido los pioneros en España de la distribución online de películas... puede que hayan llegado tarde y no lo hayan hecho muy bien, pero somos España y atendiendo a eso cualquier intento en este campo ya debe ser visto con buenos ojos. Aún así, me pongo a leer la entrevista y encuentro algunas cosas que no se pueden defender de ninguna manera. No tanto sobre filmin como negocio, sino sobre la cultura cinematográfica en general, y que nos descubre que los responsables de esta materia en España son los principales enemigos.

Son los principales enemigos por una especie de hipocresía que existe en el mundo de la cultura. Se trata de que los principales agentes culturales en materia cinematográfica de nuestro país no están interesados en cine alternativo. Hablan, con grandes palabras, de la necesidad de una cultura alternativa, de romper con el gigante americano y defender lo propio, de dar espacio al cine experimental (ejem) y europeo, pero a la hora de la verdad, ¿cuántos están dispuestos a hacer lo mismo? Hace unas semanas, en plena campaña electoral, salió la noticia que un responsable de cultura de Ahora Madrid planeaba acabar con las películas del Oeste en Telemadrid y sustituirla por creación nacional y alternativa. A mi me parece algo loable. Soy un fanático de los westerns, me parece el género mayor del cine americano clásico y, al revés que al señor este de Podemos, me parece un tipo de cine muy subversivo, donde habitualmente se defiende la figura del forajido frente al poder establecido, donde se critica la imposición por la fuerza y otros mecanismos innobles del anglosajón sobre el indígena y otros muchos temas interesantes y educativos. Pero aparte de esto, creo que si realmente hay una apuesta por dar salida a producciones españolas con poco recorrido, es aceptable sacrificar los westerns, porque al fin y al cabo, el dinero y espacio público debe estar para fomentar y dar a conocer nuestra propia creación cultural y no las de multinacionales extranjeras. Pero al margen de la teoría, tengo muchas dudas de que Podemos vaya a realizar esto teniendo en cuenta de que su principal referente en materia audiovisual sea Juego de tronos y otras series de televisión americanas, que no son sino una forma de imposición imperialista mucho más fuerte que la de los westerns, y más peligrosa debido a su mayor alcance mediático.

Esto mismo pasa con Ripoll, que habla amargamente de que un producto alternativo como Filmin lo tiene muy difícil frente a los grandes poderes, pero luego, ¿cuáles son los referentes que utiliza? ¿Habla del heroísmo de autores que filman lo que quieren pese a las difíciles circunstancias? ¿Reivindica a Apichatpong Weerasethakul, a Garin Nugroho, a Abderrahmane Sissako, a Júlio Bressane? No, claro que no. Primero cita a los Dardenne y a Béla Tarr como cine difícil que necesita de una introducción para que la gente sepa apreciarlo, pero según avanza la conversación esos nombres desaparecen y son sustituidos por otros menos alternativos como Spike Jonze, Coppola, Shane Carruth, John Huston... mejores o peores, pero todos en la misma dirección, todos son anglosajones. Quitando Berlanga, Fritz Lang y alguna otra obviedad, todos los referentes, casuales o no, que utiliza Ripoll, lo primero que le viene a la cabeza, siempre provienen del mismo sitio.

No hay nada de malo en ello, por supuesto. Creo que el cine americano (la cultura americana en general) ha dado grandísimas obras maestras. Y tampoco lo veo como una imposición imperialista. Bueno, es cierto que hemos llegado a un punto donde el cine americano se está imponiendo financieramente a base de negar el espacio a otro tipo de cine (si se estrena una película en mil salas, es un espacio que no ocupará otra película) y eso es un tipo de censura económica, pero no soy de esas personas que lloren amargamente que nos están lavando el cerebro a base de películas de superhéroes. Me parece una visión reduccionista. De hecho, me parece tan malo eso como la imposición "intelectual" de series de televisión como Juego de tronos, True Detective, Mad Men y otros productos americanos que nuestra intelectualidad no critica porque eso sí les parece algo digno y reputado, aunque la imposición sea igual de injusta y violenta. Entonces, ¿cuál es el problema? El problema es la hipocresía. No puedes vivir lamentándote de que la gente solo quiere ver cine americano y luego que todos tus referentes vengan de ese cine. No puedes vivir siendo un defensor de la diversidad cinematográfica y que a la mínima tu discurso se venga abajo. Fíjense en la siguiente imagen. Pertenece a la parte final de la entrevista y lo único que he modificado ha sido ese subrayado.

Ripoll se queja del complejo de Mister Marshall que hay en España, donde pensamos que solo lo americano merece la pena. Hay que decir que hace esa declaración en referencia a Netflix y a todos esos españolitos que piensan que esa plataforma es el alfa y el omega de la distribución digital de contenido audiovisual, pero no creo que hacerla extensible a otras disciplinas sea manipular lo dicho por Ripoll. Por ejemplo, que a continuación pongan una foto de Ripoll en su biblioteca y que esta esté dominada por productos americanos, y no precisamente alternativos, sino nombres tan obvios como Casablanca, Mad Men, Ciudadano Kane, Judy Garland, Hitchcock... me parece una de las mayores cumbres de la hipocresía que he visto en todo el ámbito cultural español de los últimos años. Quiero pensar que la estantería de Ripoll es mucho más amplia, y en la parte que no sale en la foto tiene todos los blurays de Carl Theodor Dreyer e Ingmar Bergman, las ediciones de Criterion de maestros del cine experimental (el de verdad) como Brakhage y Frampton. Pero creo que si basas buena parte de la entrevista en tus críticas al imperialismo cultural americano, deberías cuidarte de sacar una foto como esa, porque es bastante ridícula.

Me lleva a pensar en Ripoll igual que pienso de muchas otras personas que trabajan en lo que podríamos llamar, así de manera general, escena de cine alternativo en España. Y eso incluye a muchos críticos de cine, programadores de festivales y otro tipo de agentes culturales. Y pienso de estas personas que están haciendo esto como podrían estar siendo representantes de marketing de un estudio de Hollywood o vendiendo biblias de puerta en puerta. Es decir, que no hay una convicción real detrás del trabajo que hacen y simplemente su discurso "alternativo" no es más que una impostura para resultar convincente de cara al comprador. Por poner un ejemplo, Mikel Olaciregui, durante años encargado del festival internacional de cine de Donosti y ahora responsable de la programación de Cineteca en Madrid, dos circuitos bastante (a priori) "alternativos". De hecho, en muchas ediciones del festival donostiarra, la dirección encabezada por Olaciregui se enfrentó a otros sectores por su defensa del cine europeo frente al americano, especialmente un año (2005 si no recuerdo mal) donde no hubo ninguna película americana a concurso. Pero hace un par de años, en una lista de películas favoritas para la famosa encuesta del BFI, el programador español elegía sus diez films más importantes y no hay ni rastro de ese cine de autor europeo, pequeño y alternativo, que tanto se esforzaba en defender en discursos oficiales.

El caso de Olaciregui es el de muchos. Programadores de cine experimental que no se quedan a ver las propias sesiones que organizan. Críticos de cine que recomiendan ir a determinadas sesiones de filmoteca o de festivales y luego ellos mismos no van. Pasó recientemente en Madrid, donde se proyectó la muy exclusiva Visita, ou memórias e confissoes de Manoel de Oliveira, y apenas veías rastro de críticos profesionales. Por mucho que la hubieran visto en Cannes, ¿en serio no había interés en verla una segunda vez, fuera del circuito de festivales? Parece ser que no. Creo que si hubiera sido Carol de Todd Haynes no hubiera pasado lo mismo. Y de nuevo, no voy a culpar a nadie porque no le guste el cine experimental o el cine europeo más radical, ni porque prefiera otro tipo de cine. Lo que me molesta es que vampiricen de manera hipócrita y totalmente falsa ese discurso alternativo por intereses puramente comerciales. Veo mucho en la crítica de cine en que hay que defenderlo todo desde la óptica de lo revolucionario o lo alternativo, como si en cualquier producto hubiese que encontrar por narices un discurso transcendente. Creo que lo que ha pasado con Mad Max: Fury Road es muy indicativo, que parecía que había que defenderla como un hijo rebelde de Brakhage y de Godard, porque era poco decoroso hacerlo como simple producto de entretenimiento vendepalomitas.

Da igual, como digo, a este tipo de críticos/programadores/etc es muy fácil desenmascararlos, aunque sigan sobreviviendo: «Entre Truffaut y Godard, siempre Truffaut. Alguien que empieza con Los 400 golpes y La noche americana siempre me interesa mucho más que Godard. Nunca he tenido una buena relación con el cine de Godard. Aunque de los franceses, ni uno ni otro, me quedo con Louis Malle. Yo creo que Louis Malle tiene una de las mejores películas de bajo coste que se han hecho nunca, que es Mi cena con André.» dice Ripoll. Y uno no sabe muy bien por donde empezar a comentar esto. Lo de la minusvaloración de Godard lo vamos a dejar en el terreno de las opiniones y de la incomprensión general que este cineasta ha tenido en España desde tiempos inmemoriales. Pero eso de «alguien que empieza con Los 400 golpes y La noche americana», pues hombre, decirle a Ripoll que no, que Truffaut no empezó con La nuit americaine, que ya llevaba más diez largometrajes a sus espaldas y de que ser algo, será más bien de sus películas finales. La guinda es que tras vendernos el discurso alternata diga que mejor Malle y, de entre su producción, una de sus películas norteamericanas. ¡Chúpate esa, Mister Marshall!

Para terminar, dedicar unas palabras a la educación cinematográfica en España, de lo que hablan bastante en la entrevista. Yo veo muy complicado el cine como materia de estudio en la educación. Primero, creo que se convertiría en otro campo invadido por la cultura americana y no nos venderían más que la historia de Hollywood y algunas excepciones permitidas por ella. No creo que pueda existir una excepción cultural en la educación, más que nada porque para empezar los propios maestros dudo que tengan ese compromiso. Si no lo tienen los agentes culturales encargados de ello, no se lo vamos a pedir a los maestros. Solo hay que ver la educación universitaria, ¿cuántos alumnos de Comunicación Audiovisual salen pensando que cuando un film no responde a los arquetipos narrativos del cine americano es porque hay algo mal? ¿Quién no tiene un amigo que ha cursado comunicación audiovisual que les dice que tal película de autor no está bien narrada, que carece de ritmo o que no se entiende bien? Ahora, lleven esta cultura a las escuelas, con niños más pequeños e influenciables, con manuales realizados por las habituales editoriales que hoy en día están en manos de holdings de empresas americanas. Atendiendo a esto, no veo otro futuro que no sea un ejército de consumidores de galas de Oscar y lectores de Fotogramas y sucedáneos. No, gracias, no les hagamos el trabajo sucio.

Ripoll va un poco en la línea que señalo más arriba diciendo lo siguiente: «Ojalá más gente vea Z. Yo lo veo en los alumnos de cine, que nadie la ha visto. Pero bueno, si no han visto JFK de Oliver Stone difícilmente habrán visto Z. Y hablo de chavales entre veinte y veinticinco años que de entrada es que no saben ni que existe una película que se llama así. Y luego la ven y alucinan porque es muy buena». ¡Pobres alumnos de Comunicación Audiovisual que no han visto Z! ¡Ni las películas de Oliver Stone! ¿Qué hacemos? ¡Es como si un alumno de Bellas Artes no conociese a Goya o uno de filología alemana jamás hubiese leído un párrafo de Goethe! Tamaña pérdida, efectivamente, es para alucinar... En fin, yo no creo en las cuotas. No creo que nadie sea más cinéfilo por verse una película de Costa-Gavras, una de Godard o una de Nolan. Creo que lo que ve cada uno lo define dentro de un tipo de cinefilia y no pasa nada, está bien que sea así, pero ni se es mejor o peor. Yo defiendo un tipo de cinefilia. Y lo hago de manera violenta porque se ha convertido en una especie de supervivencia. Un cine que yo amo, que necesito, y que con la situación de descontrol y desatención actual, con esta heterogeneidad crítica donde todo es bueno, todo es lo mismo, porque todo es posmoderno, hipermoderno y lo siguiente, está a punto de desaparecer. Pero eso no significa que lo que yo defienda valga más que lo de los demás. Lo que sí entiendo es que en una institución educativa, donde se intenta transmitir un conocimiento y esta transmisión está limitada temporalmente a unas horas de clase, es cierto que debe existir un canon, o una línea. Yo no sé si esto existe. No sé lo que estudian en Comunicación Audiovisual, pero he conocido a algunas personas que han estudiado esa carrera y no me transmite buenas sensaciones. Porque sí creo que en una carrera como Comunicación Audiovisual el canon debe responder, o contrarrestar una influencia del mercado. Debe existir una discriminación positiva. Creo que hay un cine que puede sobrevivir sin el ámbito académico y otro que no. Es cierto que se genera una injusticia, pero al menos el objetivo al hacerlo es garantizar la supervivencia de un tipo de cine.

Pero esta reflexión da un poco igual cuando agentes culturales como Ripoll (que tampoco es un agente cultural propiamente dicho, pero es una voz importante que puede marcar una diferencia) dicen que la pena es que los alumnos no vean Z de Konstantinos Costa-Gavras. Pues hombre, se me ocurren cuatrocientas películas antes que esa que los alumnos deberían ver. Y no precisamente por cuestiones de gusto, sino por razones estéticas, históricas, políticas, culturales y muchas otras. Que se busque una película que responde al canon narrativo de Hollywood y que tiene la típica lecturita política obvia, pues da que pensar del tipo de educación que quiere esta gente. Y peor aún, la pretenciosidad, como cuando hablando de Rajoy dice: «A mí me entristece cuando aparecen las típicas entrevistas o encuestas en las que los políticos eligen su película favorita, y veo que su película favorita es Regreso al futuro y la otra es Memorias de África. Entro en shock». Pues yo entro en shock leyendo que el responsable de Filmin pide que se ponga Z en las universidades. Que un político tenga como película favorita una que es la favorita de mucha gente, pues tampoco me extraña. Su ámbito no es el cine. Hombre, dice mucho de él, como cuando Zapatero decía que Melendi era su cantante favorito. O Rajoy ha dicho que sus películas favoritas son Regreso al futuro, El abuelo y Tesis, selección que solo puede responder al perfil psicológico de un desequilibrado mental, pero al fin y al cabo, pedir que la persona que dirige un país tenga cierto criterio personal en cuestiones artísticas ya sería mucho pedir. Pero que viva el populismo y dediquémonos a recomendarles películas a los políticos. Además, por mucho que Rajoy se ponga a ver películas de Costa-Gavras, las decisiones en materia cultural no dependen de él, sino del ministro y los secretarios en cuestión. Yo le recomendaría películas a Wert o a Lorena González Olivares, aunque esta última, la pobre, ya no tiene ni donde caerse muerta con un ICAA totalmente fantasma que apenas sirve para pagar los sueldos de la gente que trabaja allí.

Creo sinceramente que a la hora de defender determinadas causas deberíamos ser más honestos con nosotros mismos. Saber que si tenemos una ideología, una forma de pensar respecto a nuestra realidad, deberíamos acompañarla con una cierta integridad y no rendirse a la mínima ante una película (o cualquier otra producción artística) que nos gusta aunque vaya en contra de aquello que defendemos. Esto a nivel de espectador, de cinéfilo, lo puedo entender. A mi me gustan muchos tipos de películas. Me gusta el eurotrash de los años 70, el exploitation japonés, el cine de acción de los ochenta y muchas otras cosas, pero entiendo que a la hora de realizar un discurso "fuerte", que tenga cierta transcendencia, se deben privilegiar unas cosas sobre otras. Esa discriminación positiva de la que hablaba antes. Porque de lo contrario, terminamos en la indeterminación o, como Ripoll, siendo poco más que un portavoz del mercado y de ese Mister Marshall que nunca termina de llegar.

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Sorprendentemente relacionado con lo anterior, especialmente con los gestores culturales que no se creen ni lo que ellos mismos defienden, me enteré ayer de este "ciclo", por llamarlo de alguna manera, que "programa", por decirlo de alguna manera, la reputadísima revista de "cine" (por decirlo...) Caimán. Cuadernos de Cine a propóstio de una gran exposición en el Museo Thyssen sobre Zurbarán. Esta revista, cuyo director y muchos de sus principales responsables no pierden la ocasión de sentar cátedra sobre lo que es el cine y la crítica del futuro, y sobre los vicios y necesidades de la crítica, demuestran no tener la más mínima vergüenza elaborando un ciclo que ni el responsable de cultura del periódico regional más anónimo de España se hubiese atrevido a realizar. Parten de Zurbarán para meter con calzador un montón de películas que remiten al Siglo de Oro, todas españolas y desvergonzadamente comerciales, a excepción de De hommes et de dieux, que supongo que la meten porque salen monjes, lo que es todavía más bochornoso, ya que es como una ridiculización del arte de Zurbarán, algo así como decir que el cine de Almodóvar es de putas y maricones (algo también muy extendido entre gente que se considera cinéfila, lo que da mucho miedo).

Que seas una revista autoproclamadamente vanguardista y un museo te encargue un ciclo de cine y tu vas y programas Alatriste de Díaz Yanes no sé cómo se puede justificar. No debería justificarse, pero para hurgar en la herida, José Enrique Monterde, ese cahierista, trata de hacerlo en un texto del programa, lo que directamente transforma el bochorno en ofensa. Es ciertamente ofensivo que una revista de cine que se erige en portavoz y defensora de la excepción cultural ponga su nombre en este trozo de mierda y que encima trate de justificarlo. Yo, si hubiera sido el Thyssen, les hubiera encargado un cuadernillo, solo para ver hasta dónde puede rebajar esta gente su dignidad por una bolsa de monedas