sábado, 19 de septiembre de 2015

El festival de los hombres

Qué ganas de ir, ¿verdad?
El festival de San Sebastián, que entra en su edición número sesenta y tres, nació y se consolidó como un aparato de propaganda más del franquismo en los años 50, cuando empezábamos a dejar atrás aquella imagen de país pobre, destruido, ruin y analfabeto para sustituirla por una presuntamente más saludable de fiesta, playas y siesta. El franquismo sabía bien lo que hacia, y apoyó un certamen en uno de los lugares más «ricos» (siempre entrecomillado para hablar de la España de los 50) del país y en una zona bastante privilegiada. Los festivales del cine nacieron como herramientas de propaganda de las peores dictaduras del mundo. Mussolini creó el festival de Venecia y Stalin el de Moscú, y Franco no iba a ser menos, mezclado además con esa publicidad basura de aperturismo, "país moderno" (cosa que han heredado muchos dirigentes del PP), en parte gracias a la nueva alianza con los EEUU de Eisenhower. El militar que había «liberado» (ejem) a Europa del fascismo pactaba con los restos de aquella plaga para hacer frente a su nuevo enemigo, algo muy habitual en la historia de aquel país, por otro lado. 

Hoy en día los festivales existen un poco por la misma razón: como objeto de propaganda del político o partido de turno, que les permite a los pobres e ignorantes ciudadanos cultivarse en las artes, especialmente la cinematográfica. De ahí que en España naciesen festivales a la misma velocidad que se construían aeropuertos, autovías entre la nada y la nada y gigantescos mausoleos dedicados a alguna cosa arbitraria, la Ciencia, la Cultura, las Artes o alguna cosa bien en mayúsculas, para darse importancia. En el caso de los festivales, que no es algo que haya que construir y luego mantener, los han ido eliminando progresivamente con el mismo populismo que los crearon. «No podemos gastar un millón de euros en un festival cuando hay gente pasando hambre» es algo que todos hemos escuchado alguna vez. De los miles de millones gastados en los tres asaltos (no se puede utilizar otra palabra) olímpicos de Madrid jamás serán tratados de la misma manera, a pesar de que por allí pasaron (y pasan) la Gürtel y la Púnica en pleno. Los festivales de cine fueron eliminados o reducidos a la nada progresivamente, y los que quedaron se han tenido que adaptar al nuevo modelo, un auténtico delirio en el que cada año hay que decir que se han presentado más películas, se han vendido más entradas y ha aumentado el número de comensales en los restaurantes de la ciudad. ¿Por qué? Porque los festivales no se justifican en su valor cultural, sino en el «interés de la gente». Ese concepto, «la gente», creado por la nueva izquierda para la cual una filmoteca es lo mismo que El Bulli o el tenderete de pulseritas artesanales de un mercadillo de medio pelo. ¡Hay que adaptarse a los nuevos tiempos, abuelos estalinistas!

El cine que interesa a "la gente"
En San Sebastián, el festival más grande de España (y por lo tanto, el peor, más conservador y más elitista), la crisis se notó, pero menos. En esta entrevista, su actual responsable, José Luis Rebordinos declara que cuando llegó, el presupuesto era de 6.85 millones de euros, una cifra inalcanzable para cualquier otro festival español, y ahora se sitúa en los 7.7 millones, lo que no me parece nada mal. El problema es que el modelo de San Sebastián es el de festival de cine de lujo, de alfombras rojas, estrellas internacionales y para eso no llega con mucho dinero, hay que tener muchísimo. Así que al final es la versión española del festival de lujo, equivalente a lo que es Benidorm a la Costa Azul. Sostener este modelo en un país en crisis estructural es imposible, no tanto por los propios medios de uno (la capacidad para gastar millones en cosas despreciables en España es enorme), sino porque saldrán competidores mucho mejor preparados, y ahí está el festival de Toronto, bombardeando el poco interés que ya tenía el certamen donostiarra. Sin estrellas (Sienna Miller, Emily Watson es lo que han conseguido pescar... ¡y a qué precio!) y apretándose el cinturón, esta edición del Zinemaldia destaca por su conversión en festival de segunda, donde los centros de interés son las películas que vienen de Cannes y Venecia, y, en el mejor de los casos, de Toronto. La economía mundial se ha extremado de tal manera que solo sobrevivirán dos modelos: el de aquel que gasta cantidades ingentes de dinero para comprar su presencia mediática y el pequeño festival que tiene muy claros sus centros de interés y planifica toda su estrategia en función a eso. Y en San Sebastián quieren picar un poco de todas partes, por algo es la tierra de los pintxos, y bajo mi punto de vista eso terminará tarde o temprano en tragedia, sosteniendo a un muerto viviente.

Pero la idea que nos tiene que quedar clara para esta entrada específica es lo de festival rancio, franquista, elitista. El pecado original de ser el festival de cine de la dictadura se extiende hasta nuestros días, al igual que el edificio construido durante el nazismo de Los crímenes del doctor Mabuse de Fritz Lang, un resto de una etapa vergonzosa de nuestra historia que hemos maquillado para que parezca muy contemporáneo, muy democrático, muy progresista y todos esos conceptos vacíos. Los medios de comunicación, los tradicionales y los modernos, los de papel y los de internet, son colaboracionistas de esta idea nauseabunda, ya que rara vez hay alguna crítica, incluso en los medios más absurdamente pequeños y marginales acuden cada año religiosamente al festival, y tan felices. Es bastante asqueroso, mientras otros festivales se mantienen con espíritu de guerrilla, con programaciones atrevidas y con rigurosidad, los medios centran únicamente su atención en ese gigante sin pies de barro que más allá de desiertos remotos y montañas lejanas (en la genial, aún involuntaria -o precisamente por ello-, frase de José María Aznar) apenas se nombra.

Sigamos por esta línea, la de los medios colaboracionistas con este festival retrógrado y franquista. Recordemos por ejemplo la última edición de los Oscar o el último festival de cine de Cannes, y las amargas críticas que suscitó la presencia casi testimonial de mujeres a competición. ¿Recuerdan el revuelo montado, de nuevo, tanto en medios tradicionales como en internet? Todo el mundo se rasgaba las vestiduras ante dos instituciones -la academia y el festival- que reducían a las mujeres creadoras a mera anécdota. En, España, que es un país de pesebreros y de aduladores del papá americano, país bananero de sí bwana, donde la mayoría de las noticias de las webs son una mala traducción de una página americana, siguieron la corriente (lo único que saben hacer, pegarse a la moda) y pusieron el grito en el cielo ante semejante injusticia. Ahora, parémonos un poco a pensar: ¿cuántas películas dirigidas por mujeres hay en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián? ¿Ha habido alguna noticia o comentario en twitter de cierta relevancia al respecto? ¿Han censurado los adalides del feminismo cinematográfico la programación del festival?

#NeverForget
Vamos con los datos. En la Sección Oficial hay 21 películas, de las cuales cinco están fuera de concurso. De esas 21 películas, y cumpliendo rigurosamente con la ley de paridad (de los 7.7 millones de presupuesto, el 56% -palabra de Rebordinos- sale de arcas públicas), una de ellas, ha sido dirigida por una mujer. Se trata de Lucile Hadzihalilovic, que con Evolution, debe ser la única mujer que encontraron digna de participar en la reputadísima sección oficial de San Sebastián. Un festival que premió obras tan recordadas y vanguardistas como El viento se llevó lo qué, Taxi para tres, Schussangst (quitando los honores a Te doy mis ojos, para gran indignación de Sogecable la prensa más erudita) o un bodrio de Bahman Ghobadi en dos ocasiones, y donde gente como Carlos Sorín o Simon Staho participaba sistemáticamente, trajese lo que trajese. Bajo este panorama, lo de solo una mujer a concurso parece hecho a propósito. Una política de tener a pocas directoras a concurso, porque de otra manera es inexplicable. Si me dijesen que tienen veinte obras maestras absolutas, a David Lynch, Clint Eastwood, Hou Hsiao-hsien, Jean-Luc Godard y otros grandes nombres de la cinefilia mundial y que, por una u otra razón, son todos hombres, pues bueno, podría justificarse bajo criterios de calidad y atención mediática, pero es que en esta edición hay películas con Ricardo Darín y otras que da miedo preguntar de dónde las sacaron. ¿Y del contenedor de «películas para festivales» del que sacaron esa selección, ¿no había más dirigidas por mujeres?

Sigamos. En la sección nuevos directores, que publicitan bajo la "original" fórmula de Nuev@s director@s -no sabemos si por ignorancia o por incidir en el bochorno y la desvergüenza- participan catorce largometrajes, de los cuales, el equipo de programación ha permitido, en su infinita sensibilidad y benevolencia, que dos hayan sido dirigidos por mujeres. Granny's Dancing on the table de Hanna Sköld y Jajda de Svetla Tsotsorkova. Todo muy equivalente, como bien indica el comprometidísimo nombre de la sección.

En Horizontes latinos ni rastro de las mujeres... Todas las películas de la sección (14) han sido dirigidas por hombres. No hay mucho que comentar cuando el porcentaje es un absoluto y rotundo cero. No sé cuál será la excusa, quizás la falta de sensibilidad de los latinoamericanos. Ya saben que en España, además de machistas, somos muy racistas, y todo lo que viene de ahí abajo es sospechoso. Algunos bufones han representado esto muy bien últimamente. Franco lo dejó todo atado y bien atado, el festival de cine y el país.

También son catorce perlas las que participan en la -vergonzante- sección dedicada a películas traídas de otros festivales y también están dirigidas todas las películas por hombres. En la otra sección de Zabaltegui (también traídas de otros festivales pero no consideradas perlas, debe ser que son peores o algo) hay 24 películas, y quizás debido a que el número es más alto han tenido a bien abrir un poco la mano y permitir participar a un número mayor de mujeres. Son cinco por diecinueve hombres. Equilibrio ante todo.

En esa sección de chiste que solo merece la parodia y el escarnio llamada Culinary Zinema participan (¡sí, es una sección competitiva!) diecisiete largometrajes, de los cuales hay tres dirigidos por mujeres, más otros dos codirigidos. Como es una sección de cine y cocina imagino que el progresista criterio de selección del festival ha querido premiar a las mujeres con una mayor presencia por su dedicación a tan noble arte. No sé, habría que preguntarles, aunque los medios de comunicación parecen más interesados en hacerle la ola al amigo Rebor y en hacer gracietas sobre las películas.

Savage Cinema es otra sección ridícula e innecesaria dedicada a la aventura y los deportes de acción, quizás como homenaje a un par de festivales españoles que se dedicaron a la materia en los años del derroche y hoy, por suerte, felizmente desaparecidos (se celebraban en territorios dominados con puño de hierro por la Gürtel, así que imaginen). Me llama la atención que el ciclo de cine y cocina se llame Culinary Zinema y este Savage Cinema. ¿Por qué el primero con Z y el segundo con C? ¿Por qué los nombres en inglés? Aunque todo se reduce a una pregunta central, ¿por qué existe este festival? Esta sección en particular resulta bastante injustificable si tenemos en cuenta que el comité de selección lo componen tres personas. Tres individuos (una mujer de tres, siempre en inferioridad) para elegir las películas de la categoría más intrascendente del festival y donde solo concursan ocho películas. ¿En serio es necesario un comité de tres personas para una sección tan secundaria? De esas ocho películas, una mujer codirige una, aunque se la vamos a dar por completo a ella ya que parece una colaboración con un fotógrafo en la que los aspectos cinematográficos corren a cargo de la directora. Y para que no digan que manipulo a favor de mi tesis, voy a regalarle algo de porcentaje al festival. Una de ocho.

Aunque las dejaré fuera del recuento, por completismo decir que en Zinemira (la sección dedicada al cine vasco) hay una única directora, Lara Izagirre por catorce hombres; mientras que en Made in Spain (el contenedor de películas españolas de la última temporada) de los once largometrajes que se muestran, dos son dirigidos por mujeres, aunque habría que decir que uno es de Leticia Dolera, que tiene una carrera como directora por la misma razón que Ana Botella tiene una carrera como política. No sé si este comentario es machista, pero vean los agradecimientos en los créditos de sus cortometrajes antes de decidirlo. Curiosamente, Dolera es de las pocas que ha comentado este escaso número de mujeres, aunque solo en su nicho/sección de cine español.

Haciendo recuento, en las siete secciones contabilizadas hay 112 películas. ¿Cuántas han sido dirigidas por mujeres? Trece (doce y dos mitades). Un dato insultante, vergonzoso, propio de una dictadura o de un régimen que oprime sistemáticamente a la mujer. Me parece injustificable y más aún que nadie, absolutamente nadie con un cierto poder de convocatoria o espacio mediático se haya indignado. No, hay un silencio oficial. Y estamos hablando de un país donde existe una ley de paridad, un país que viene de un pasado terrible en cuestiones de igualdad y donde la violencia de género sigue estando en nuestra vida cotidiana. Pero no hace falta entrar en reivindicaciones, simplemente respetar una realidad: que hay muchas mujeres haciendo cine, quizás no tantas como hombres (está claro que vivimos en desigualdad), pero si un porcentaje más elevado que ese risible 11% que muestra el festival de Donostia (y eso que dejamos al lado dos secciones claramente desfavorables).

¿Cuántos festivales españoles están dirigidos por una mujer? ¿Cuánto dinero público reciben?
 Hay que repetirlo: el festival de San Sebastián cuesta 7.7 millones de euros, de los cuales más de la mitad salen de las arcas públicas (cuyo 50% está financiado por mujeres). Además, uno de los patrocinadores privados es Televisión Española. Con todo el morro del mundo, esta televisión, altavoz del régimen, patrocina un premio llamado TVE - Otra mirada, un premio orientado a la sensibilización del público con los problemas de género. Extraoficialmente es un premio que se suele dar a una directora, aunque en las bases dice que también puede recaer en hombres «que muestren, en sus películas, una especial sensibilidad por el citado mundo de la mujer. Un cine, en definitiva, que muestre el punto de vista, las preocupaciones y necesidades, los deseos y anhelos del 50% de la población. Un universo femenino que, en ocasiones, no encuentra facilidades para expresarse». Ocasiones como, por ejemplo, este mismo festival de San Sebastián. Reduciendo este premio a las mujeres directoras, será el galardón más barato de conseguir, ya que solo lo disputarían 12 películas.

Esto es, detrás de toda la propaganda, la cháchara y el discursito falso progresista, lo que realmente promueve el festival de San Sebastián. Frente a las declaraciones altisonantes de sus responsables, culturales y políticos, por la igualdad y la sensibilización con los problemas femeninos, los datos puros y duros, que son los que reflejan una realidad. La realidad del 11%, algo que ni se puede considerar una cuota. 

Pero lo que más me preocupa no es que un Estado lleno de nostálgicos fascistas y un festival de cine retrógrado promuevan esa imagen de la mujer. Es lo que se espera de ellos, de su conservadurismo atroz y su inmovilismo decimonónico. El problema son todos esos periodistas que acuden en masa a San Sebastián y callan sobre esta realidad. ¿Por qué? ¿Por qué tanto articulito sobre micromachismos, sobre el feminismo de Mad Max y sobre el sexo de los ángeles y silencio absoluto ante semejante atropello? Todo papel mojado, todo copiado de alguna web trendy americana. Entiendo que en algunos medios de comunicación importantes habrá conchaveo o directamente la compra de opinión a cambio de pintxos, fiestas y otros atractivos de Donosti, pero es que ni la prensa más pequeña parece pronunciarse (no con la suficiente indignación que merece algo así). Prensa retrógrada que ya no es que no lo criticase, sino que ni siquiera informó de la circunstancia.

Dinero público (el 56% más TVE... sin contar otros patrocinadores como Movistar, que son empresas del régimen) utilizado en alfombras rojas, una programación kilométrica y desquiciada; y donde la mujer (no vamos a entrar en la presencia de minorías étnicas) tiene diez veces menos presencia que el hombre. Este es el festival que cada año se celebra en San Sebastián, sin que nadie diga nada. Supongo que es mejor comentar en Twitter videos de Stephen Amell y Matt Damon para soltar el discursito comprometido de marras. Esto es España, es el cine español y es el periodismo cinematográfico de este país. Atado y bien atado.

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